EL HURRACO DE LAS URRACAS
La urraca es un córvido. De la familia de los cuervos. En toda España se encuentra este ave. Caracteriza a estos animales su costumbre alimenticia. Roban en los nidos de otras aves y se comen los huevos e incluso a los polluelos. Cada día aumenta el número de estas voladoras rapiñeras. Su instinto de almacenamiento llama también la atención. Ocultan el alimento que no han devorado e incluso esconden cuantos objetos brillantes hallan. Les caracteriza, asimismo, el griterío de sus ceremoniales así como sus carrerillas entre las ramas persiguiéndose unas a otras. Córvidos. Urracas.
Hurraco. Puerto Hurraco. La matanza perpetrada por los hermanos Izquierdo una tarde del tórrido verano pacense de 1990, se ha convertido en uno de los símbolos más paradigmáticos de la España profunda, de la España cainita, de la España rural del subdesarrollo mental, de la España del odio, de la venganza y de la muerte. Puerto Hurraco.
Urracas y Puerto Hurraco. No he podido sustraerme al recuerdo mientras leía los titulares periodísticos de este último domingo abrileño de 2010. Veinte años han pasado desde la masacre. Uno de los hermanos, titulan algunos medios, se acaba de suicidar en prisión. Era el último. Dos décadas más tarde, se ha quitado la vida uno de los autores de aquella infamia agosteña. En Madrid y en algunas capitales españolas, miles de personas se han manifestado en defensa de Garzón y de las víctimas del franquismo. Gritaban consignas contra el Tribunal Supremo. Coreaban lemas de condena contra los verdugos de la dictadura franquista. Setenta años después de que la Guerra Civil terminare, miles de españoles piden venganza. Contra Franco y los suyos.
Franco murió en 1975, por más que el Juez Garzón requiriese su certificado de defunción. La democracia relevó a la dictadura en un modélico proceso de transición liderado por el rey de España. Los demócratas -de izquierdas y derechas- contribuyeron, con tesón y afán de concordia, a desmontar las estructuras caducas e infames de esa dictadura y a armar, con paciencia y amor, la arquitectura de una democracia que algunos consideraban imposible.
Demócratas de derecha e izquierda. Juntos. Hijos y nietos de vivos y muertos del bando nacional y del bando republicano. Herederos de un sistema que no debía retornar. Unidos en pos de una España de entendimiento y de diálogo. A criar nidos. A levantar hogares. A construir un nuevo Estado dentro de una nación única. Todos en busca del consenso. Voluntad de enterrar la España goyesca del garrote y de la garrota, del puñal y de la daga, de la Inquisición y del Santo Oficio. Intención decidida de no ser urracas ni hurracos, ni buitres ni comedores de carroña.
Puerto Hurraco sigue vivo. No en la serranía de Badajoz. En los accidentes abruptos de esta España que no madura, que desdeña la educación y cultiva los resentimientos. Puerto Hurraco vuelve a imponerse. Al son y al ritmo de las miles de urracas que pretextan defender la justicia para asesinar las libertades. Almacenan vientos de muerte y se alimentan de la inocencia de los españolitos que no conocieron aquella maldita guerra. Urracas machos y hembras. Negras urracas en un sórdido Puerto Hurraco hispano. Artistas aristados al frente de un ejército de hienas. Sangre muerta que sangre de vivos derrama. Qué pena.
Tanta urraca en un puertohurraco que no acabamos de sepultar. En fosas herméticas. Urracas. Hurracos. Resentidos. Carroñeros.
Un saludo.
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