T.C. CONFIDENCIAL
El nombre parafrasea el título de la película que, sobre la policía de Los Angeles, dirigió en 1997 Curtis Hanson y protagonizaron Kim Basinger, Russel Crowe y Kevin Spacey. Mediado el siglo XX, la corrupción reinaba en la policía angelina al socaire del vicio que dominaba la alta e influyente sociedad de la época. No podía ser de otra forma.
Viene a la memoria de este articulista el discurrir social de la España de principios del siglo XXI. La política se adentra, hoy, en unas esferas de poder que expelen un mefítico olor. La avidez de poder dimensiona el espectro socioeconómico, desde un lado al opuesto. Los medios afines al Gobierno y a los dirigentes autonomistas bailan al son que interesa a los subvencionadores de dinero público. Que la redacción del periódico tal sigue el compás de la partitura, fajos de billetes de quinientos para alimentar el bolsillo desvencijado por la ínfima venta de ejemplares. Que una cadena de televisión es incapaz de asomar el cuello entre las olas de las TDTs, el organismo cual le insufla aliento vital a base de cientos de miles de euros para auparse a la balsa salvadora. Se dispara con pólvora del rey, del contribuyente soberano.
La ciudadanía se desespera, superado el estadío de asco, por el montaje que, a diario, erigen unos y otros. El despotismo ilustrado adquiere en los albores del tercer milenio de nuestra era, unos tintes de tiranía impensables en una sociedad democrática sana. Sana, que no vergonzante. La separación de poderes que preconizara Montesquieu ya fue enterrada por el inefable Alfonso Guerra, “mienmano” del gran cafetista Juan. De aquel entierro, este duelo. La batalla mediática en torno al poder judicial se tiñe de negro. Los jueces de la ley se enfrentan a la ley de los jueces. En el fragor de esta guerra de potencias, el acto se pudre. El acto es la justicia. Los Calamita y Los Garzón. Los Garzón y los Calamita. Las De la Vega y las Casas. Las Casas y las De la Vega. Unos, imputados. Otras, en el disparadero de las dudas de la gente.
Después de casi cuatro años de de debate, la sentencia sobre la constitucionalidad del Estatut está a punto de salir a la luz. Eso se dice. El rumor circula de vez en vez y con la misma cadencia que emerge, se ahoga en el propio vómito de la conveniencia de unos y otros. Y el Tribunal Constitucional, en medio. Rodeado por la polémica y condicionado por la política de derechas e izquierdas, el máximo intérprete de la Constitución dilata su Resolución. Casi 4 años de retraso que el común no puede comprender. O no se quiere creer. O, desde la buena fe, se resiste a aceptar.
En la rueda de prensa subsiguiente al Consejo de Ministro prevacacional, la vicepresidenta de la Vega se reviste del morado de pasión semanasantera y declara: “los tribunales siempre han respetado las campañas electorales". Toma ya. La justicia universal al albur de la política más localista. Las elecciones catalanas y las vascas. Las nacionales y las autonómicas. Las municipales y la sindicales. Todas las elecciones. Para la señora vicepresidenta, ojo, para la mano derecha política de Zapatero, el “tempo” ha de adecuarse al espacio y el concepto ha de someterse a lo razonado y razonable. O sea, la vice introduce lo que los juristas denominan un concepto jurídico indeterminado.
La indeterminación reside en qué entiende doña María Teresa por razonado y razonable. Si acorde a razón jurídica, si afín a intereses partidistas o si favorable a un territorio histórico. Las reglas del juego son sustituidas por el juego de las reglas. El poder sepulta a la autoridad en la medida que el violento aplasta al pacifista y la dictadura se encarama sobre los hombros de los sufragios asesinados.
Ay, doña Teresa, en Beinixidá empadronada de urgencia y en Madrid domiciliada de status. Ay. La agilidad de la justicia es dependiente. Dependiente. ¿Como la justicia? O como la injusticia. Mientras tanto, el Estatut sigue “palante”, hace camino al andar. Sigue siendo una ley en vigor y con legitimidad democrática. Mire, doña Teresa. Repare, doña Emilia. En vigor, sí, sin duda. Con legitimidad democrática, no me lo creo. Lo legítimo es lo lícito, lo cierto, lo genuino y lo verdadero en cualquier línea. En cuanto a lo democrático, se refiere a la política favorable a la intervención del pueblo en el gobierno de un Estado. El pueblo español vota. Ahí comienza, y termina, su gestión. Corto recorrido para tan amplia zancada. Ay, doña Teresa.
En el despotismo ilustrado, todo era para el pueblo pero sin el pueblo. Qué me da que ahora es peor. Todo para los partidos y al pueblo que le den... palos en las costillas y paro en la dignidad. Lo dicho. Me acuerdo de L.A. Confidential. Lo malo es que esta película no se proyecta en sesiones de cine, sino en los telediarios. Y no es de cine negro. Más parece de rosa roja en puño prieto y opresor. Y las doñas no tienen semejanza alguna a la Bassinger. Si al menos... No convencen por la razón. Tampoco seducen por los sentidos. Ay, doña María Teresa.
Un saludo.
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