SALOMÓN RAJOY (al sabio López Vázquez)
Del libro de los Proverbios de Salomón: "Para entender sabiduría y doctrina/ Para conocer razones prudentes/ Para recibir el consejo de prudencia, Justicia, juicio y equidad/ Para dar sagacidad a los simples,/ Y a los jóvenes inteligencia y cordura. / Oirá el sabio, y aumentará el saber, /Y el entendido adquirirá consejo/ (...). La decisión, sin embargo, es una cosa; la resolución, otra; la solución tal vez nunca se alcance.
Este articulista adelantaba en uno de sus artículos sobre el conflicto del Partido Popular que el vicepresidente de la Comunidad de Madrid no sería el presidente de Caja Madrid. No se ha equivocado. Mérito escaso porque el análisis prospectivo era de parvulitos.
Se suele confundir prudencia con cobardía. La primera es virtud que nos lleva a actuar de forma justa, adecuada y cautelosa. Sin embargo, Baltasar Gracián remarcaba que no hay normas ciertas y universales para la conducta del hombre. La cobardía viene a ser la prudencia degenerada al punto de entenderse como la antítesis del valor. Entre prudencia y cobardía se sitúa el tiempo de la decisión. La decisión no es capacidad, ni vicio ni virtud. Es resultado. Es la materialización de un ser prudente/cobarde. En esa tríada de conocimiento se halla Mariano Rajoy.
La ciudadanía espera resultados. En esa espera, confía que las decisiones de sus gobernantes respondan al arte de la prudencia y no al vicio de la cobardía o al desvalor de la indecisión. A Rajoy le ha caído encima un traje que le queda ancho, muy ancho. La presidencia del PP es mucha losa para tan poco pilar. Rajoy se muestra como abuelito bonachón que es zarandeado por nietos despiadados e hijos pachones.
Los problemas internos de su formación se han ido apartando pero no resolviendo. Caja Madrid ha levantado un huracán que ha hecho volar las alfombras persas y ha destapado la miseria acumulada bajo ellas. Rajoy no ha sabido ni ha querido saber. Rajoy no ha contestado ni ha querido responder. Abuelito Mariano. No es que sea cobarde, es que es de un prudente tan extremo que se aposenta en el titubeo, en la perplejidad, en la vacilación, en la inseguridad. Se enfrenta a una papeleta y a una elección.
La papeleta es mandar al ostracismo a más de uno que, hasta la fecha, le han adulado hasta la náusea para revolcarse en fosas mareantes de corrupción. A sus espaldas y a sus expensas. La elección no es nombrar a Rodrigo Rato presidente de Caja Madrid. No.
La elección es inclinarse por una forma de gobernar, basada en la legalidad y en la razón, o por otra forma de dirigir la Administración Pública, que reside en el efectismo y en la seducción. La diatriba es Aguirre o Gallardón. La duda es la que separa a las Aguirres de los principios de los Gallardones de las corazonadas.
La resolución está en su mano. Si su liderazgo ya está seriamente tocado, a partir de mañana, el hundimiento puede ser irreversible. En cualquier caso, su horizonte político se toca con la mano. No hay pecio que se rescate de la sumersión si en su interior no guarda un gran tesoro. Uno prefiere asirse a la rocosidad de los fundamentos por prosaicos que sean, a la "charis" de los embelesos. O sea, antes Esperanza que Alberto.
Un saludo.
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