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Francisco Velasco. Abogado e historiador

PACIFISMO

 

Década de los treinta del pasado siglo. El peso de la Primera Guerra Mundial fue imposible de soportar. La vencedora Francia se debatió en el período de entreguerras entre el ojo por ojo a Alemania y la mano tendida a los teutones con la esperanza de diseñar un escenario de concordia que la Sociedad de Naciones nunca logró. El péndulo en política suele indicar debilidad en vez de flexibilidad y cobardía en lugar de prudencia. La nueva Alemania que se erigía en torno a la figura de Hitler llegó a la conclusión de que Francia preconizaba la paz por razones de concesión a la fuerza. Gran Bretaña, por su parte, mostró especial énfasis en cultivar una diplomacia pacifista que se aproximaba más a una entente con los nazis, a pesar de que el rearme de éstos no hacía presagiar canciones románticas. El pacifismo que se invocaba fue un excelente incentivo para Hitler y los suyos.

 

Las dictaduras no hallan mejor coartada para su continuidad que el fomento de movimientos pacifistas. Guerra a la guerra y a la violencia. Ahí radica el quid del pacifismo, tanto el moderado como el radical. La objeción de conciencia y la educación para la paz son subterfugios que, elevados al nivel de colectividad, manejan los democratas que ocultan la verdadera esencia de su tiranía simulada. En el fondo, una limitada cultura, un desprecio por el pueblo, una filosofía de autoritaria rudeza, un sólido aparato partidario, y una espectacular propaganda de culto al líder.

 

El verdadero teórico del racismo nazi, Alfred Rosenberg, ejerció de Reichsleiter, el más alto nivel paramilitar, a la altura de Hess o de Goebbels y sólo debajo de Adolf Hitler. Ellos fueron los autores intelectuales de un desastre como nunca hubo en la historia de la humanidad. Conocían la dimensión del miedo ajeno y la magnitud de la estupidez política que dice abrazar la democracia cuando, en realidad, desprecia el voto del pueblo al que niegan la capacidad de acertar o de equivocarse. El éxito tenía su base en el “Volkstum”, entendido como élite, como estirpe, como aristocracia del poder y del dinero.

 

Las incursiones alemanas en el centro de Europa no fueron suficientes avisos. La fuerza arrolladora de las divisiones del Führer alarmaba a los biempensantes y eran desactivadas por los pacifistas. Nada de nada. La paz, lo primero. Hasta que.

 

Marruecos. Perogil, nada. Ceuta y Melilla, cosa de chicos. El Aaium, leve escaramuza. El Gobierno no tiene datos suficientes. Relaciones de vecindad. Mañana, más. Qué apuestan. Los pacifismos son átomos positivos cuando se integran en la molécula paz. Fuera de ésta, son bombas de neutrones a punto de estallarnos en las manos. A punto. O la molécula se impone o los átomos nos darán para el pelo. Tiempo al tiempo. Me gustaría decir: ojalá yo no lo vea. Lo veré. Y lo malo que también lo sufrirán nuestros hijos y nietos. Penoso.

 

Más vale una roja que cien amarillas. Respeto pero firmeza. Firmeza y respeto. Equilibrados.

 

Un saludo.

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