EL HIPÓCRITA
El Tartufo es un aprendiz de hipócrita al lado de Chaves. La obra maestra de Molière parece un cuento de niños si se alinea con el monumental tinglado de los tejemanejes del político andaluz. Si el gran dictador lo encarnó Chaplin, nadie como don Manuel para representar el papel de ”el gran impostor”.
El expresidente de la Junta de Andalucía no se corta un pelo a la hora de ver la paja en ojo ajeno y no la viga en el rostro polifémico propio. El que a su antigua compañera de francachelas gubernamentales la descabalguen, por las malas, del chollo beatífico del Banco Europeo de Inversiones, ha sentado mal al exvirrey de la tierra de María Santísima y gran patrocinador de la minería en la zona norte de Huelva, sobre todo por la relación de su queridísima hija con los dueños del negocio. Y como le ha disgustado sobremanera, don Manuel ha tirado de su lengua, a veces estropajosa, y ha acusado de cinismo al Gobierno de Rajoy. Como si Mariano fuera el pepito grillo de la juez Alaya.
El tartufo gigante de Andalucía se ha cabreado. Y, sin embargo, no ha dicho esta boca es mía al hilo de las golferías sensacionales como la de los expedientes de regulación, los latrocinios de los cursos de formación o las mangancias acumuladas merced a las facturas arregladas de/por UGT, el sindicato hermano, y por/de sus irrisorios procedimientos administrativos. Lejos de ayudar, cual Cirineo de nuestros días, a llevar la cruz al calvario de sus compañeros sindicales, hace mutis por el foro de la responsabilidad al tiempo que lanza sus exabruptos de siempre hacia quienes escupen sobre la honorabilidad de su partido.
Don Manuel no se quiere enterar, ye, ye, de la falsedad de documentos, del engorde de gastos, de la creación de empresas instrumentales, o de las comilonas pantagruélicas que se echaban muchos de los suyos entre pecho y espalda, alegradas con los vinos más cachondos y caros del panorama gourmet. No es que pase de puntillas. Es que ni mira ni ve. Y lo que no ve, no existe. Así es el personaje.
Un personaje que interpreta también, en escenario teatral de la propia capital, el rol de El Conformista en el más puro estilo Moravia. Chaves quiere ser tan normal como el protagonista de la novela del italiano. Quiere encajar en el modelo artificioso del psoecialismo de los años setenta y se casa, tiene hijos, participa de las consignas partidarias, alcanza rango social y político y se envuelve en la bandera de una izquierda aguerrida que combate a la derecha hasta imbuirse de los más denostados rumbos de la odiada derechona. Es consciente de que ha llegado mucho más de lo que jamás soñó.
Tanta proclama antifascista acaba por prender en la paja ideológica del fascista que se resiste a salir del armario. Hasta que, desde dentro de ese ropero oscuro, lanza mensajes inequívocos de que la enfermedad nefanda se ha apoderado de su alma.
Ya no tiene remedio. Chaves no puede llamar hipócrita a los tartufos que anidan en su revuelto pensamiento en el ocaso de su carrera. El espejo le delata. Y cómo.
Un saludo.
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