LA OPORTUNIDAD DE CALLAR
El País quiere ser el periódico influyente de la primera transición. Y Cebrián, el ángel exterminador del franquismo al que sirvió. Pasa la vida y el político metido a empresario no pierde comba en su ambición de director de los informativos del poder. Qué barbaridad.
Con la proclamación de Felipe VI, igualico. O hace lo que se le dicte desde el postpolanquismo o que se atenga a las críticas. El periódico censura la austeridad desplegada en las celebraciones. Fastos y gastos. Nada de complejos. Versalles a todo plan. Puestos a denostar, se postula contra el artículo del nuevo monarca y echa las culpas de su inanidad a Rajoy.
El País quiere ser monárquico por encima de ABC y republicano más allá de Lara o de Iglesias. A beneficio de inventario. La Constitución resulta válida si arroja ganancias. En caso contrario, se pone en solfa. Se exige al heredero de la Corona facultades imposibles. Para el editorialista del diario, la democracia limpia y la pacífica convivencia sólo serán posibles si don Felipe se reviste de los atributos de la ejemplaridad. Como si el Gobierno de turno fuera la mano ejecutora de la nueva majestad.
Los empleados de Janli tiran la piedra y esconden la mano. Cuáles sean los grandes problemas de España ni se mencionan. El primero es la crisis económica que pende, afilada como una guillotina, sobre los cuellos de millones de españoles. El segundo, es la propia España, enfundada en un sudario confeccionado por independentistas de poco estilo y menos clase. El tercero es la suciedad del sistema democrático, acumulada durante años por gentuza que ha delinquido y por gentecilla que ha omitido el deber de perseguir delitos. El cuarto, el hartazgo de la ciudadanía a causa de tanto golfo agarrado a los voladizos del edificio institucional. Hay más, pero su solución pasa por el arreglo de los anteriores.
Eso de servir a España suena a hueco. El rey saliente sirvió al país y del país se sirvió. No nos engañemos. Por más que el balance absoluto de su reinado sea positivo y extraordinariamente importante si se analiza desde la relatividad de su comparación con quienes le precedieron en el trono, el pueblo ve lo que tiene en su casa y se cabrea cuando se entera de lo que gozan los de siempre. Nada puede hacer Felipe VI salvo dar ejemplo e intensificar su papel de moderador. A partir de ahí, su autoridad actuaría como motor de regeneración.
El editorial de El País refleja la trayectoria de este periódico. No ruega a dios pero martillea al demonio del enfrentamiento. El discurso de Felipe VI ha sido impecable. Salvo para quienes, ladinos y osados, esperaban escuchar aquello del Estado plurinacional o la solicitud de un referéndum sobre el derecho a decidir o sobre la venida de la república o sobre la demolición del palacio constitucional.
De ahí la oportunidad de callar o de hablar claro de ese periódico que un día fue epígono de transparencias y hoy se ha convertido en fuente de intrigas.
Un saludo.
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