HASTA DÓNDE LLEGA EL ODIO
Un campeón catalán es un dios de barro. Por ejemplo, Carles Puyol. Algún día se atreverán con Xavi y con la mismísima Moreneta. En la guerra abierta por los sectores más fanáticos del catalanismo rompedor, todo está permitido. Hay que borrar a España del globo terráqueo. Cualquier alusión al Estado se considera un acto de beligerancia. Hasta ese punto llega la visceralidad de muchos sujetos de la sociedad que se desarrolla en la actual Cataluña. Los españoles están siendo tratados de similar manera a cómo los de Hitler hicieron con los judíos.
Penoso. El que los independentistas de aquel territorio español debatan sobre el nombre de la hija del formidable futbolista, es una pincelada más en el óleo esquizofrénico que pintan los “artistas” de la mala fe. Eso de llamar Manuela en vez de Neus o Montserrat a la criatura es un feo inadmisible. Si Erika o Elisabeth o Aixa, pues bueno. Pero Manuela. Un insulto, oigan.
Menudo traidor el central del Barça. Los independentistas del hígado muestran una puntita en sus narices que desvela el origen de la enfermedad. En adelante, el gran Puyol tendrá que dedicarse a menesteres más dialécticos que los puramente profesionales del deporte. O contrata guardaespaldas para preservar su integridad física y moral o habrá de apañarse con los gritos de sus iracundos detractores. Pobre Carles. Él no lleva los pantalones en casa, le recrimina el ejército taliban que se rearma a orillas del Mediterráneo peninsular.
Lo que le queda que aguantar a la criaturita. Con la mala milk que se gastan algunos, si yo fuera el padre, o me mudaba a barrios cosmopolitas o le cambiaba el nombre. La niña no tiene que soportar los alaridos de los descerebrados. Porque no.
Un saludo.
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