VÉRTIGO
La caída del empleo por el acantilado no ha terminado. Cierto que la velocidad se ha reducido y los frenazos impiden que las heridas sean tan mortales como en los malditos años del zapaterismo. Sin embargo, a fuer de magullados y traumatizados, las víctimas se cuentan por millones. Y todavía no hemos aterrizado.
El desplome de Lehman Brothers hizo sonar las campanas anunciando la guerra contra los incautos. Los incautos somos el noventa por ciento de la población mundial. Entre ellos, grupo en el que me incluyo, los más afligidos son los más pobres. Y entre los más pobres, los desempleados. Los de ayer y los de hoy.
El paro se ha detenido en una cornisa del farallón. A los pies, el mar del empleo precario de temporalidad mestiza y de parcial rompiente. Las medias jornadas se venden a precio de lunas llenas. Y todos tan contentos. Menos es nada. Mejor un salario mínimo que un desahucio máximo. Y preferible una esclavitud consentida que una servidumbre forzada. Entre tanto, la economía sumergida esconde lamentos.
En el conjunto del estado español, veintiséis ciudadanos de cada cien en edad de trabajar, no pueden hacerlo. En la Andalucía del psoecialismo ininterrumpido, diez puntos más de vergüenza nacional. Ni siquiera el empleo precario tapa las partes pudendas del gobierno autonómico.
El reto de la sociedad española pasa por tragar. Por engullir lo que nos metan por la boca hasta morir como las ocas. Es nuestro sino. El PSOE nos despoja y el PP nos cubre de andrajos. Cuando consideremos la ropa usada, aunque limpia, como un regalo, vendrán otra vez los de los EREs y nos darán nuevas lecciones de cómo arruinar un país.
Es el vértigo del voto mal empleado. No es cuestión de ignorancia. No. Sencillamente de democracia mal entendida. Pasamos del arrebato a la abulia en menos que miente un gobernante corrupto. Así nos luce el pelo. Quienes lo conserven.
Un saludo.
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