LA PUERTA DEL BUEY
Entre las varias puertas del recinto amurallado de la vieja villa de Niebla, la musulmana Lebla, la conocida como puerta del buey destaca por su ubicación frente al río Tinto y por ser portadora de una leyenda memorable. Se dice que, sitiada la ciudad por las tropas cristianas de Alfonso X el Sabio, el último rey taifa de Niebla quiso jugársela a su enemigo. Sin apenas víveres para prolongar el asedio de meses, Aben Mafot dejó escapar a través de esa puerta un buey bien alimentado. Pretendía disuadir a las tropas envolventes de la inutilidad de su empeño de derrotarlos por falta de provisiones. Estratagema inútil pues, al cabo, los invasores coronaron su conquista.
La puerta del buey es, hoy, todo un símbolo del querer y del no poder y peor saber. La puerta pasea su romántica historia entre siglos de olvidos. La búsqueda de engaños jalona las actividades de soldados, de políticos y del pueblo llano. Nadie puede desprenderse de la mentira en algún momento de su vida. Ocurre que, en ocasiones, el ardid se convierte en argucia tramposa que aplasta hasta el exterminio moral y físico a quienes creen que las soluciones no estriban en celadas militaristas ni en artimañas de tahúres, sino en manifestación de verdades objetivas y de realidades transparentes. Cuántos muertos nos hubiésemos ahorrado si, en vez de excusas perjuras y de coartadas esperpénticas, nos hubiésemos limitado a exponer los hechos en función de las circunstancias. Cuántos.
Es noticia una vez más la capacidad de Alfreddo -doble d- Pérez Rubalcaba para la asechanza. Artífice de las más pérfidas insidias políticas de los últimos veinte años de la historia de España, el hijo del señor Pérez y de la señora Rubalcaba acaba de sacar una nueva maquinación al mercado de los cepos. Asegura el candidato del PSOE a la presidencia del Gobierno de España que él posee la receta, el elixir mágico, para crear empleo y sacar al país de la recesión. Integrante de un ejecutivo que ha llevado a la ciudadanía a la sima mariánica de la desesperación y a la cumbre himaláyica del desempleo, don Alfreddo -doble d- garantiza que si es elegido presidente, se acaba el problema del paro. El niño ya no pregunta por qué el emperador camina desnudo. El chaval, el dedo entre los labios, se interroga por qué puñetera razón no ha aplicado su pócima laboral años antes. Que qué coño, con perdón, está esperando. Que qué leches, discúlpenme, ha mamado para que la rectitud de miras y de haceres sea fugitiva de su ser vital. Que qué carajo, más perdones, tiene que pasar en el Estado español para que el Merlín de las traiciones, de las zancadillas, de las conjuras y de los garlitos se retire de la vida pública y, a tomar por saco, mutis por el foro.
Pérez Rubalcaba, Alfreddo -doble d-, no reabre la fábula de la puerta del buey. Lo suyo es colocar una inscripción mortuoria en el cenotafio de la nación española. Un letrero contendrá la siguiente divisa: “aquí reposan los restos de un pueblo noble que sucumbió ante la palabra de un hombre que prometió unidad territorial, prosperidad económica, justicia social y no dejó sino ruina, miseria y discriminación”. Las mesnadas de Alfonso X el Sabio no se tragaron el cuento del buey. Se comieron al rumiante y, recobradas las energías, cargaron con todas sus fuerzas contra las huestes cercadas.
Permítanme que termine con una doble cita literaria en torno a la palabra niebla y acerca de la fuerza de la falsedad. Unamuno, en su “nivola” Niebla, pone en boca de Augusto la siguiente expresión: “Enhorabuena, se ha salido usted con la suya”, en alusión a la ficción del autor frente a la realidad del personaje. Por su parte, Pío Baroja, en su Ciudad de la niebla, aplasta su escepticismo vital y trata de buscar soluciones, como los regeneracionistas del 98, a los problemas endémicos de su España. Unamuno y Baroja amaban a España. Murieron por su defensa. Alfreddo -doble d- mantiene su arquitectura artera. Dice quererla cuando en realidad quiere decir sexo, digo niebla, neblina, oscuridad, sombra, confusión, velo. Puerta del buey. Puerta.
Un saludo.
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