EL HIJO DE BUENA MADRE
La madre, a la que no conozco, tiene que ser una santa. El hijo, cuanto menos, un” flipao”. Hay que estar muy mal de la cabeza para que un individuo exprese la atrocidad del cáncer de Zerolo. Si, además, el dicente es un sacerdote y forma parte de la Iglesia cristiana, entonces el sujeto en cuestión necesita tratamiento médico inmediato. No se puede tener tan mala leche ni odiar de manera tan especial.
Cualquier persona que sufra los efectos de un maldito cáncer es digna de apoyo y de comprensión. Cualquiera. Incluso tu peor enemigo. Y, sin embargo, un cura insano se atreve a relacionar la causa de lo que él llama pecado de la homosexualidad con la consecuencia del castigo del cáncer. Para colmo de burradas, el mamarracho, con o sin sotana, atribuye el mal a la sanción dictada por la providencia divina. Como si la divina providencia dispusiera sus designios a la carta de la paranoia de sus becerros.
Se necesita ser canalla. Como quienes se posicionan contra el aborto y demandan la pena de muerte contra sus defensores. O la de los proabortistas que niegan cualquier derecho al nasciturus por el hecho de encontrarse a merced del vientre de la madre, en vez de estar a salvo en su seno.
Los maximalismos son propios de personas esencialmente sin escrúpulos. Diálogo. Sensatez. Singularidad. Las declaraciones estúpidas hacen necios a sus autores. Lo del cura de las narices es un ejemplo de maldad, de perversión y de desprecio a la virtud de la caridad. En un sacerdote, esta última cualidad debe ser exigida. El Obispo pertinente debe incoarle un expediente al referido siervo de su dios de odio.
Un saludo.
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