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Francisco Velasco. Abogado e historiador

BANCOS INMORALES

 

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Inmoral. Ajeno a la bondad o malicia de sus actos. Extraño a la apreciación de la conciencia. Apartado de la idea de respeto humano. Ausente de facultades espirituales. Bancos inmorales los que piden rescate al Estado y hacen cautivos a los ciudadanos. Ejecutivos y administradores que envilecen la banca y desahucian a los trabajadores y parados. Parásitos extorsionadores de un sistema que se subvenciona con dinero público para ahogar al público que les presta su dinero.

 

Ni un desahucio más. Al menos, de parte de esa banca rescatada por su impiedad directiva. Los errores, las maquinaciones, las burdas contabilidades, que las paguen sus autores. No el pueblo. Si un banco tiene que cerrar, chirrín y a tomar fanta. La misma medicina, aplicable al Gobierno que se deja acunar entre los brazos poderosos de una organización que adquiere ribetes mafiosos a medida que maneja los hilos de la sociedad. El problema no es el capitalismo. El horror reside en la casa de la desregulación medida a golpe de intereses golfos.

 

El número de afectados por la red maligna que cae del cielo pero que ancla sus pies en la tierra, va en aumento. La democracia no sabe, no quiere, no puede, hacer cumplir el derecho constitucional a una vivienda digna. Pobre sistema que apoya a los poderosos y a los delincuentes  y, en cambio, desprecia el sentir de los oprimidos. Triste soberanía nacional cuya corona le ha sido arrebatada por golpistas de corbata de alta costura. Esperpéntica sociedad que contempla, en silencio gregario, el degüello de sus miembros más infelices. Desgraciados representantes de un pueblo que se solidarizan con los ricos y permiten la miseria de los más necesitados. Patético mundo que, impasible, se conforma con vivir la calma de los vegetales antes que lanzarse a la aventura animal.

 

La crisis económica que sufrimos es un apéndice de nuestra recesión moral. No es que estemos estancados en el discernimiento de lo que es bueno y malo. Es que retrocedemos a épocas de supervivencia física en las que la moral es sepultada a golpes de estafa leagalizada. Nos rendimos ante el triunfo de las ideologías opiáceas. Como afirmaba Engels, algunos quisieron colectivizar a los hombres para tratarlos cuales árboles de un bosque, frondoso y bello pero sujeto a la tierra y mudo de solemnidad. Y lo lograron.

 

La voz que clama en el desierto es la del hombre. El hombre solo que busca compañía para rebelarse contra la colectividad drogada. Sí caben acciones contra la inmoralidad. Pasan por llevar a escenas las máximas kantianas del imperativo categórico. Aunque se pueden traducir en clave de talión: quien las hace, las paga. Sin necesidad de violencia. Con ánimo de resistencia. Con voluntad de firmeza. Sólo si enfrentamos al espejo el rostro de los que nos dañan, se dan cuenta de su fealdad.

 

Espejito, espejito, quién es el banco más malito. Espejito, espejito, qué ciudadano es el más corderito. Por ahí va la respuesta. En pentagramas de contestación. La caridad está bien. La justicia es el bien. Nadie la regala. O se adquiere por nuestros méritos o aprendemos a vivir sin ella.

 

Un saludo.

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