LA ININTERRUMPIDA TRAYECTORIA DESCENDENTE
Lo del juez Bermúdez es lo del título. Dicho en plan tosco: un pedrusco que no para de rodar cuesta abajo. Este hombre puede estallar cualquier día por el exceso de arrogancia y chulería con que se conduce públicamente. Allá él. Cada uno administra los méritos, que los tiene, según la caja de caudales de sus defectos no reconocidos y celosamente guardados.
Desde el comienzo del juicio por los atentados de Atocha, Bermúdez ha ido desnudando su alma a la vez que nos ofrecía signos evidentes de su notoria capacidad intelectual. Sin embargo, a diferencia de quienes hacen de la humildad y de la sencillez su uniforme de trabajo, el juzgador ha convertido su soledad en martillo pilón de principios que nadie debe alterar.
Bermúdez ha puesto de manifiesto, una vez más, el carácter de su soberbia al afirmar que él es uno de los padres de la doctrina Parot. Lo ha dicho en el País Vasco. Entre sonrisas de satisfacción y bromas de pésimo gusto, el juez de la Audiencia Nacional no ha tenido empacho en lanzar apuestas con ciertos letrados de los etarras excarcelados. Muy bien, es su derecho y los profesionales de la abogacía no tienen por qué participar de los crímenes por los que sus defendidos besaron el suelo de las prisiones. Pero sienta mal porque sabe peor.
Me pregunto si el alto cargo de la judicatura española, el del caminito de Jerez, dispuso de escolta durante el tiempo de su permanencia en Vizcaya. En cualquier caso, podría haberse ahorrado las risas sobre la semilla de paternidad de la doctrina Terrot. Aunque sólo fuera por respeto a los muertos por esos malnacidos verdugos. No es incompatible el respeto a la sentencia de Estrasburgo con la formalidad, la seriedad y la distancia que se debe mantener sobre tema tan grave. No imagino a Su Señoría tomarse unas copichuelas en una conferencia sobre el asesinato de la niña Mari Luz o de la jovencita Marta. Ni lo veo marisqueando con el defensor de Bretón en el pueblo de la exesposa.
De qué va Bermúdez. Y, mejor, a dónde quiere llegar. Más concretamente, cuándo se detendrá en su estúpido descenso al infierno del descrédito. ¿Tanto se puede odiar para garzonarse hasta esos extremos?
Pues nada, que continúe con su política de despegue del respeto. Y si quiere cenar con Garitano o con Otegi, es muy libre. Lo mismito que si pasado mañana se afilia al partido de sus pesadillas. El miedo es la coartada del lobo. Y Caperucita no era un hombre.
Un saludo.
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