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Francisco Velasco. Abogado e historiador

DECRETOS DE VIEJA PLANTA

 

                 La Corona de Aragón pagó caro su defensa del Archiduque Carlos. Los rebeldes al Borbón sintieron en sus carnes la abolición de sus fueros e instituciones. La guerra dio pies y alas al antiguo proyecto del Conde-Duque de Olivares. Macanaz redactó el informe por el que advertía al rey Felipe V que era llegada la hora de dejar de ser esclavo de los privilegios territoriales y de desarmar a los pueblos para sujetarlos, so pena de retomar el camino de la batalla ante las insurrecciones.

 

El centralismo borbónico francés que se oponía a cualquier exención de contribuir a las necesidades del Estado. Los Decretos de Nueva Planta constituían, así, la castellanización de los reinos de Valencia y Aragón y del Principado de Cataluña. El objetivo se resumía en el logro de la uniformidad.

 

El ejército que Artur Mas rebusca entre los legajos de la historia de los últimos trescientos años encuentra su razón de ser en la resurrección de los somatenes, en la revitalización del Virrey y en la vivificación del catalán como lengua vehicular de un modo de ser propio. La Nueva Planta a la que el catalanismo propende está más que diseñada. Sólo resta su materialización oficial. La consulta prevista para 2014 se va a celebrar y los resultados satisfarán moralmente las pretensiones de los secesionistas. De alguna manera, cantarán alabanzas a la política de polisinodia histórica instaurada por los Reyes Católicos y reprocharán la fórmula organizativa de la Constitución de 1812.

 

Cualquier movimiento rupturista de España colisiona frontalmente con el sistema de derechos y libertades que goza el país y que disfrutan sus ciudadanos. Romper para recuperar viejos fueros supone un retorno a la nada del Antiguo Régimen. Instituir una Organización/Planta en los albores del siglo XXI es un error de consecuencias funestas. Al final del camino, las armas; en medio del sendero que no se ha de cruzar, las milicias; el resultado, muerte, pobreza, exterminio y más fuerza centrípeta.

 

Las leyes son las que nos hemos dado, democráticamente, los españoles. Las armas las carga el diablo. Basta con modificar la Constitución y, antes, preguntar al pueblo, a todo el pueblo español, sobre el particular. Es la esencia de la democracia. Está por encima de las filias y fobias a una realeza absoluta, a una monarquía parlamentaria o a una república utópica.

 

Lo importante es que todos participemos de nuestro destino bajo el paraguas del respeto a las mayorías y de comprensión y de apoyo a las minorías. No hace falta más.

 

Un saludo.

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