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Francisco Velasco. Abogado e historiador

SUELDOS, TASAS Y OTRAS MANDANGAS

 

                               Los enemigos de la descentralización cargan, a la menor oportunidad de desquite, contra la España constitucional de las Autonomías. Ser centralista se convierte, así, en hilo conductor de la fiebre autonomófaga. Servidor siempre se mostró partidario de una España diversa, plural y rica en lenguas, tradiciones e idiosincrasia. No obstante, temí desde el principio que la política centrífuga generaría miles de problemas si los encargados de llevarla a cabo carecían de sabiduría, de capacidad y, sobre todo, de voluntad. Y en este sentido, mis temores se han confirmado.

 

                               Desde un punto de vista de la economía, parece incuestionable la diferencia de poder adquisitivo de unos territorios frente a otros. Entre La Rioja o Navarra y Andalucía o Extremadura, median varios tortazos en las mejillas de estos últimos. Cierto es que en el período preconstitucional, por no aludir a la era franquista, las desigualdades regionales eran casi idénticas. Lo que se pone de manifiesto, ahora, es que nada cambió y que la política del autócrata, llámenle dictador al mismo tiempo, no era la causa de discriminaciones.

 

                               En plena madurez constitucional y democrática, la situación de insolidaridad regional preocupa a muchos. Preocupación que se incardina en la política llevada a cabo por quienes han obtenido el refrendo del pueblo en las elecciones. La política democrática no está comportando cambios económicos, al menos en lo que al bienestar de los pueblos se refiere. La gente de Huelva, por ejemplo, sigue transida por su situación geográfica, sujeta a la calamidad de sus gobernantes y varada en la mentalidad conformista de siglos pretéritos. Cualquier repaso a la geografía, nos proporcionará datos que, comparados con la década de los setenta, nos resultarán elocuentes.

 

                               Observen, si no, la relación de universidades de nuestro país. O la de los aeropuertos. Por qué los universitarios de Madrid pagan tasas más elevadas que los de Cádiz o los de Tenerife. Por qué el salario de un funcionario vasco o catalán es notoriamente superior al de un  murciano o un castellano. A quién culpamos de que el sueldo de un policía local destinado en Sevilla sea bastante superior al de un policía nacional o un guardia civil residente en esta misma localidad. La disparidad alcanza el infinito. Y digo yo que cómo un país democrático se permite estos saltos cualitativos de bienestar que, en vez de atender a la solidaridad, persiguen escalar el muro de la discordia.

 

                               El asunto no es baladí. La vasija suele romperse cuando menos se espera. En España, pocas cosas sorprenden ya. Menos ahora que los catalanes quieren canjear, por unos meses, la estampita de la independencia por el cromito de los millones de euros. Cuando se acabe el chorro, una nueva manguera. Y la diversidad hace de la discriminación su bandera. Y las mandangas de los políticos bananeros se suben el sueldo de su incompetencia crónica. Y así nos va. Y peor lo que se avecina.

 

Un saludo.

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