EL BUSCÓN LLAMADO JAIR
En el Lazarillo de Tormes se puede leer “Deseaba y aun rogaba a Dios que cada día matase el suyo”. Un muerto, una comida y una bebida. La muerte combatía a la famélica legión. El renacimiento del barroco puede ser un juego de palabras. Sin embargo, es una realidad que vuelve a tomar cuerpo. Del valle de lágrimas del Medievo en el que la muerte era una liberación, se saltó al pesimismo y al desengaño del Diecisiete en el que la parca acaba con las falsas ilusiones. En medio, la búsqueda del goce en la vida antes que la guadaña nos la arrebate.
Vida y muerte son las caras de una moneda asimétrica. La debilidad y la pérdida de fuerzas preludian el fin de una vida indecorosa. En cambio, la riqueza inyecta energía suficiente para prolongar nuestro ciclo en este mundo. Ocurre igual con la monarquía o con la política en general. Cuando el poder es parcial o siendo fuerte se marchita, las ganas de vivir se difuminan. Sólo el poder absoluto engendrado por la fuerza, ya sea de las armas ya de las urnas, insufla valor para continuar disfrutando de los desdichas de este mundo.
En el Barroco del Veintiuno, el deseo de la muerte ajena parece aliviar las carencias de la vida propia. Cortadillos y rinconetes se agrupan en los aledaños del festín fúnebre y del gobierno sin crédito. Quevedo nos ofrece una descripción maravillosa de los buscones de época. El nuevo buscón se llama Jair. Este pícaro aprovecha los últimos regueros de la sangre del moribundo español. Buitre que se alimenta de la carroña, Jair desea la muerte horrible de los mejores. Es su ruindad su fuente de ingresos. Si los miembros de la roja abren rayas de luz en el cementerio reinante, el personaje triste que representa a la Cataluña enferma se regocija ante la posible desgracia. Habráse visto personaje maléfico.
El síndrome de España se reedita en el corredor de la muerte que nos lleva a la silla eléctrica. Nos movemos a medio camino entre la apatía y la desgana. Lanzamos frases de tolerancia que mortifican a quienes aplicamos a la igualdad el motor del esfuerzo. Reaccionamos tarde y mal. Mientras, la ignorancia se encarama a lo alto y la estupidez usurpa el rango de la inteligencia decidida.
El Parnaso renacentista quedó lejos. El Garcilaso que nos proponía el carpe diem se ha arrancado los cabellos y se ha lanzado en los brazos del Lope que se complace en subrayar la inutilidad de lo terreno y en destacar la belleza de la calavera. Jair, Jair Domínguez, convoca a la muerte para que lo mejor de nuestra sociedad se desvanezca en el aire ardiente de un avión accidentado.
Nos quitan los sueños y nos regalan pesadillas. Pese a estar despiertos, aceptamos el cofre. Acaso los buscones seamos los buscados.
Un saludo.
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