LA ESPALDA DEL PACTO
Las manifestaciones del 1 de mayo son una lección callejera de la sociología del desprestigio. La mitad de la mitad de los convocados a la celebración prefirieron seguir rutinas distintas a la que los de comisiones y de ugeté invitan cada festividad. Los trabajadores se quedaron, pues, en casa y los liberados sindicales asumieron el gaje mitinero de su oficio. Muy a su pesar, pero no tenían más remedio si querían seguir disfrutando del chollo de la liberación.
Los de Toxo y Méndez se han sumado ahora a una nueva reivindicación. Persiguen un Pacto de estado. No es que pretendan un acuerdo político del Gobierno con las fuerzas sociales. Lo persiguen. Como son más chulos que un ocho y tienen un estómago acomodaticio, le exigen a Rajoy que renuncie a su mayoría absoluta democrática y devuelva la representación del pueblo a los genocidas de la economía nacional. O sea, a los economicidas del Psoe y sus socios compinchados. Ellos mostraron ayer que los cañones humanos son, además de escasos, obsoletos. Toda la fuerza se les va en salvas y en comilonas.
El Pacto es la figura retórica que describe el vacío de ideología, de fortaleza moral y de autoridad de esta izquierda inasequible al sacrificio de abandonar el buen comer y mejor beber. La situación de emergencia del país se soluciona en unos minutos con un gobierno de concentración. Zapatero vuelve a Presidencia; Toxo y Méndez se ocupan de la cartera de las subvenciones, cursos de formación y administración de expedientes de regulación; Rubalcaba recupera las cloacas del faisán y la herencia cozcuera. Griñán deja Andalucía en manos de Valderas y dirige el ministerio de Trabajo. Las líneas maestras de ese Pacto no se alejan mucho de los nombramientos. De esta manera, el consenso vuelve a ser la panacea de la certificación de muerte de este país que se llama España.
La derecha pepera ya sabe lo que hay. O firma o se enfrenta a los miles de liberados que se tocan los calzones un día sí y el otro también hasta que llegan los domingos y festivos. Rajoy tiene en sus manos la llave de la rendición de Breda. Basta con que renuncie a lo que las urnas le concedieron o que, amparado en la legitimidad democrática de su elección como presidente, haga lo que corresponde a un mandatario de su altura: gobernar. Con respeto a todos pero con desprecio a los pirómanos y carteristas que convierten la paz social en asunto de manos veloces.
Aceptar un pacto propuesto por gentecilla de esta cultura sería tan dañino como confesar los pecados de la carne a los periodistas del corazón. A ese pacto, la espalda. Pero con ojos en el dorsal. Los traidores te meten el puñal a través de la nuca.
Un saludo.
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