OMAR JEREZ
Omar no es un artista. Es el Jabato de mi infancia. El capitán Trueno de mis primeros tebeos. El guerrero sin antifaz. Se apellida Jerez. Madre mía. Viva el mestizaje granadino.
Si alguien se ha paseado por el casco de San Sebastián, sabrá a qué me refiero. No por los choricetes del montón, que los hay por todas partes. Por los abertzales del gudarismo más exacerbado. Son legión y forman parte del acervo inquisitorial común a los liberticidas. De noche o de día. Les da igual. Cuando se cruzan con un español, suben el volumen de su conversación privada para que sepamos que hablan el euskera y para que entendamos, mejor dicho, para que no entendamos lo que nos dicen y difundamos la magnitud de su voluntad secesionista. En Guipúzcoa, mucho más radicales que los radicales de Vizcaya.
Lo que ha hecho el artista Omar Jerez es de valientes especiales. Su performance por el casco antiguo de la ciudad no se le ocurre al más osado de los soldados de los tercios de Flandes ni al marine más cinematográfico de Hollywood. Homenajear a las víctimas del terrorismo etarra en el escenario de sus horrores es una lección de coraje al alcance de tres elegidos.
Se llama Omar y se apellida Jerez. Nació en España. Su acción se llama autoridad. El poder personal que nace del ejemplo moral. Como en los anuncios publicitarios de riesgo, les aconsejo que no traten de imitarle. Es cosa de especialistas y en esferas sociales muy restringidas. Un resbalón te puede costar la vida. Fuera del alcance de niños y de conversos cobardes.
Omar, mi admiración. Jerez, frontera y caballero.
Un saludo.
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