SIRENAS MUDAS
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La novela social puede escribir en la Europa industrial de hoy páginas reservadas al monumental glosario de los dos siglos anteriores. La bestia dormida indica el sepulcro de la conciencia aniquilada. La turbulencia de los mercados provoca la agitación de las masas. El desempleo se ceba sobre los más humildes. La juventud vive aletargada en la penuria de sus pocos años y de su triste futuro. El desamparo predice angustias y desgarros individuales que prenderán el bosque seco de las ideologías baratas. No hay trabajo. Las fábricas no hacen sonar las sirenas porque el cierre empresarial apaga cualquier actividad laboral.
Enmudecen las sirenas en el concierto de la política de viento de nuestros parlamentarios. El periplo vital de esta sociedad traspasa fronteras pero no trasciende a las almas. Los personajes del relato de la precariedad son tan íntimos y egoístas como las perspectivas de cambio cercano. La pobreza extrema ha asaltado el fortín, hasta ahora inexpugnable, de la clase media. Las dolencias discales se multiplican porque las almohadillas que amortiguan la fricción han perdido su papel apaciguador. La corrupción levanta ampollas en la epidermis del cuerpo cívico. En un mundo de subvenciones, prebendas y salarios ínfimos, sólo tienen cabida el sufrimiento, la humildad y la miseria. Ni siquiera el esfuerzo reivindica el triunfo de los más valiosos.
La ética abre debates imposibles. Ausencia de interlocutores válidos en un espacio en el que la humanística ha caído presa en las redes de la cibernética y de las redes sociales. Todos hablan y ofenden pero pocos se adentran en la oscura cueva de la búsqueda de salidas airosas. La nueva religión se ciñe a los límites del deus ex machina. La droga en cualquiera de sus vertientes se ha hecho divinidad. Nadie espera la llegada salvadora del último héroe ni el cornetín que anuncia al séptimo de caballería ni al caballo del bueno superando en segundos la cabalgada necia del jinete perverso. Es perder el tiempo. Reeditar el surrealismo constituye tarea complicada si estamos sumidos en una permanente atmósfera de sueños.
La música de fondo nos ofrece escenarios altivos de lujuria. Sin embargo, no son sino retratos hipnóticos que alivian pero no sanan. Es más, son el símbolo del camino fácil hacia la enfermedad no combatida por antidepresivos. Los procesos espirituales mueren de inanición. Deriva lógica de un sistema señalado por el dedo inquisidor de la frivolidad y del relativismo.
Si no creemos en nosotros, qué podemos aguardar de los demás. Mudas sirenas que acaso nunca tuvieron voz y, si la poseyeron, prefirieron la afasia del filósofo que encuentra la felicidad en su renuncia. El silencio es la fuente de comunicación más amada por los poderosos de siempre.
Sirena que enmudece.
Un saludo.
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