DIRECCIÓN DE CENTROS EDUCATIVOS PÚBLICOS
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Lo que faltaba. Si la democracia española presentaba signos evidentes de deterioro, el destrozo se avizora mayor si se incluye en el menú la ley de reforma del sistema educativo que se cuece en los fogones del chef Wert. Miedo me da. Hace treinta años, los directores escolares de Enseñanza primaria accedían al puesto a través de oposición. La oposición no es el bálsamo que avale el éxito pero sí el muro que pone distancias entre el poder político y la esfera profesional. Un muro salvable desde luego pero pared al fin y al cabo.
En Andalucía, el psoecialismo imperante abolió el sistema de oposiciones a dirección e implantó un remedo de elección democrática. Bueno, un poco de mayorías es siempre mejor que un capricho de minorías selectas. A partir de la idea, el tinglado directivo excavó hoyos de pilares livianos y, de facto, la Junta controlaba el staff educacional. No obstante, la democracia formal concedía un mínimo de aire a los sometidos profesionales del ramo. El claustro de profesores se convirtió en jaula de grillos sin poder de decisión y los consejos escolares se subieron a la chepa de la institución docente. Los padres manipulaban los resortes con una facilidad endiablada y con la adhesión imprescindible de los inspectores. Que sí, que la democracia pervivía por más que se cogiera con papel de fumar.
Si la nueva ley Wert se publica en BOE, los directores de centros educativos dejarán de ser elegidos. La elección, bien que minidemocrática, es abolida y suplantada por la designación a dedo. La Administración, que venía tejiendo y destejiendo como una Penélope sin Ulises, se ahorra la simulación y se quita la careta. Aquí mando yo. Pero no manda la Administración. Las riendas estarán en poder de los políticos de turno que se colocarán, a dedo, en los altos cargos de la Función Pública. Los concursos de méritos se emplearán como coartadas indecentes para nombrar a los más adictos/adeptos/prosélitos/moldeables al poder instituido.
La política hará de la educación un fortín bajo bandera pirata. Los docentes perderán la escasa capacidad de opinión que les quedaba y conformarán el pelotón de los subordinados al régimen. La autonomía de los centros pasará a la historia como el valor que pudo ser y la desgracia que es. La dirección dejará de ser tal en realidad. Los titulares serán simples gerentes de organismos manejados por el cacique de turno. Los enseñantes, obreros de una empresa de servicios generales a los que se encarga una labor de guardería. Se les exige docilidad, sumisión y gesto beatífico. Las rebeldías se castigarán con traslados forzosos. Y así.
Y digo yo. Para llegar a este esperpento legislativo, no será más fructífero y más políticamente correcto resucitar las oposiciones. Al menos, siempre quedará el prurito de la capacidad demostrada, el consuelo de la objetividad y el anhelo de una cierta independencia del poder político. Vamos, digo yo.
Un saludo.
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