PRIVATIZAR LA EDUCACIÓN
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Suenan voces. Y no precisamente huecas. Llevan cargas de profundidad. Los submarinos pueden hundir acorazados y portaaviones. La idea de privatizar lo público alcanza gran eco en ciertos sectores de la población. No es nueva pero, en su discurrir guadianesco, está aflorando en creciente manantial. Ojo con ese agua, que no es limpia.
La educación es un bien. Pública o privada, estamos ante un servicio social imprescindible. No hay mejor conservante y consolidador de la democracia que ella. Me parece un desacierto la pretensión de algunos popes del comunismo soviético de erradicar los centros privados. Los liberales radicales que propugnan la defensa de una educación privatizada pueden ser más peligrosos que los anteriores. En cualquier caso, poseen un elemento común: desprecian las libertades y pisotean el derecho de igualdad que adjetiva al núcleo duro de nuestra Constitución.
La educación está ya en el mercado. Con sus diferencias y sus desafueros, la sociedad se beneficia de la enseñanza gratuita. Es cierto que, en no pocos casos, la pública adolece de carencias de productividad que la privada no sufre. Una vez más, tendemos a eliminar de un plumazo el todo a causa de los defectos de funcionamiento de algunas partes. No tengo dudas de que es esencial la remodelación del sistema educativo público. Desde la preescolar a la universitaria, los fallos son clamorosos. Ni los títulos responden a las exigencias del momento ni los gastos del Estado se ven correspondidos con el alto índice de fracaso.
España no ha superado el nivel de estructuras caducas que arrastra desde el siglo XIX. Por ahí ha de comenzar la recuperación de la competitividad. Los modelos tradicionales pesan demasiado en la arquitectura de las galaxias. Es necesario apostar por modernizar el sistema. El número de titulados universitarios es escandalosamente grande. Algunos centros expiden títulos todo a un euro. El mercado de trabajo está saturado de universitarios inadaptados a las exigencias de los nuevos tiempos. Alarma que ni una universidad española se encuentre en el ránking de las doscientas mejores del mundo.
Ponerle el cascabel al gato. He ahí el problema. El pésimo funcionamiento de la partitocracia está en la base de este caos. El Psoe se inventa una ley maravillosa pero inaplicable y luego el Pp se saca de la manga una ley aplicable pero vulgar. La democracia tiene que ser fuerte para liberarse del yugo de los partidos y de las demagogias baratas. La justicia supura por la herida de la intromisión del Ejecutivo y del Legislativo. Con todo, imaginen el espectáculo indecente de unos tribunales en manos de magistrados de cada uno de los grupos con representación parlamentaria. En educación se transita por un sendero igual de pedregoso con la variante de que como te toque un gobierno de derechas, se baja la inversión sin incrementar el éxito escolar y si nos toca la china de un gobierno de izquierdas, sube el gasto y el fracaso escolar no se mueve de su peana.
La clase política tiene bien aprendida esta lección. Basta con informarse acerca de los centros donde cursan sus retoños. Privados, por supuesto. Ellos se lo pueden permitir. El resto, no. Si fructificasen los intentos de privatizar toda la educación, mejor que diseñemos nuevas estrategias de confrontación. Estoy muy de acuerdo con la idea del negocio educativo. Lo que no acepto, porque me repugna, es que los golfos de siempre aprovechen la baja calidad de algunas semillas para quemar el silo.
Así que de privatizar, lo que sea preciso. Dejar en manos de inversores sin escrúpulos nuestro sistema educativo es dinamitar la columna vertebral de la sociedad democrática. Reitero mi defensa de la enseñanza pública, con respeto a la privada y, sobre todo, con respeto al pueblo. La pública tiene un potencial que, bien administrado, podría convertir a nuestra nación en un Estado de primerísimo orden. Faltan gestores idóneos y sobran advenedizos colocados a dedo por el déspota del partido de turno.
Un saludo.
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