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Francisco Velasco. Abogado e historiador

SI LA LENGUA TE ESCANDALIZA

 

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 Mon Dieu, que dicen los franceses. Hay veces en que el talibán que llevamos dentro, escapa descontrolado de su refugio interior y hace de las suyas. Las suyas es poner bombas y escamotear las libertades. La Iglesia como institución no escapa a sus fundamentalismos. La tolerancia del cristianismo actual frente al islamismo de nuestros días no precisa ejemplos del primer modelo en tanto el segundo se pintipara para ofrecerlos. Basta repasar las hemerotecas o asomarse a los telediarios. No obstante, la Iglesia católica incurre en postulados de retrógrada acción social. Si, en efecto, ella es un instrumento de Cristo para buscar la unión con Dios y procurar la unidad del género humano, habrá que convenir que algunos de sus jerarcas se lanzan al ruedo de los conflictos sin paracaídas.

 

El que el señor obispo de la diócesis de Huelva recuerde por escrito a la Hermandad de la Virgen de la Bella que los candidatos a presidirla no pueden estar divorciados, constituye un tema escabroso que pone en solfa esa vocación conciliadora e integradora de la asamblea de fieles en torno a Jesucristo. Ahora resulta que la fe sólo adquiere su dimensión divina cuando los hombres imponen unos requisitos segregadores y discriminatorios. Un divorciado no puede creer en Dios porque el sacramento marca el destino. Pues muy bien. En este sentido, los homosexuales están excomulgados in pectore por el hecho de sentir afectos diferentes. Las mujeres quedan marcadas por la eternidad si tienen la osadía de reclamar su derecho a ser iguales. Y así sucesivamente.

 

Uno creía que el padre Vilaplana Blasco había entendido que los nuevos tiempos requerían procedimientos acordes a los mismos. Ingenuo, que soy un ingenuo. Monseñor Vilaplana no distingue que el divorcio es un acto unilateral que se perfecciona a través de la decisión de uno de los cónyuges. Aunque el otro se oponga, los divorciados son los dos. Fácil de entender. Pero incluso si la disolución del matrimonio se produce de mutuo acuerdo por razones que no interesan a la comunidad eclesiástica, por qué la jerarquía ha de excluir de su seno a las personas que se sienten cristianas y que, de palabra y obra, sostienen la doctrina de Cristo. Por qué.

 

La Conferencia Episcopal tiene la obligación de señalar las normas diocesanas que tenga a bien. Incluso de establecer unos mínimos de respeto y decoro. Hasta ahí, nada que objetar. Sin embargo, inmiscuirse en la intimidad de las personas que integran una hermandad o una cofradía, constituye, aparte de un atentado a la Constitución, una posible infracción de la Ley de Protección de Datos. La hermandad no es sino una asociación, pública o privada, de fieles católicos que se ajusta a las prédicas del derecho canónico pero cuya reunión se produce merced a dos aspectos esenciales: la creencia en una advocación religiosa y su voluntad de cooperar con la Iglesia en la difusión de los evangelios.

 

En este contexto, intervenciones como la del obispo de Huelva abren vías de agua en la barca de los pescadores de almas. Si alguien quiere minimizar la influencia de estas hermandades en el acendrado espíritu religioso de la provincia, bienvenido sea a la secta de los radicales. Más le valdría arrancarse la lengua y los ojos si sus sentidos le escandalizan. Los milagros de Jesús, su taumaturgia, se dirigió hacia los excluidos del sistema a fin de integrarlos. Jesús, señor obispo, no quería excluidos del pueblo ni pueblos excluidos.

 

Es cuestión de tacto y, cuanto menos, de perdón. En todo caso, de derechos. Estamos de inquisidores hasta no les digo dónde.

 

Un saludo.

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