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Francisco Velasco. Abogado e historiador

ZAMBOMBO

 

 ¡Zambomba! Ozú con el zambombo. En Punta Umbría, algunos malencarados y peor hablados están que trinan. El mes de mayo, tradicional de las flores, puede traer coronas fúnebres a los mandamases “nadahacen” del Psoe local. Las viudas del carnaval que entierran a la sardina, se disponen a vestir el negro de la Oposición. No puede ser. Con lo bien que lo hemos hecho. Y lo malos que son José Carlos y su grupo. Tiemblan. Un sudor frio les recorre desde la frente y se detiene en el bolsillo. El vacío húmedo les hace retirar la mano. Nada. Zambomba.

 

La llamadita al zambombo es un acto de libro. El autor del telefonazo, al que no tengo el gusto de conocer, ni la voluntad postrera de hacerlo, ha levantado todo un monumento a la tosquedad, a la cerrilidad y a la grosería. No es que haya cometido un acto de descortesía y de respeto. Ha ido más allá. El hombre, que se entera de que el enemigo del PP se solaza unas horas en el bar de la competencia, y no se le ocurre idea más brillante que sacar el móvil de la cartuchera. Como el pistolero que desenfunda el colt y amenaza: forastero, tienes cinco minutos para abandonar el pueblo”. En Punta, algunos son así de valientes. Su respeto a la ley se asienta en el “hago lo que me sale del capricho”.  Puros demócratas. Herederos de Lynch.

 

Lo que no sabe, o mejor, ya sí lo sabe porque le habrán leído el Catón que nunca estudió, es que el “movilazo” ha podido ser un delito. Contra el orden público y contra la libertad. Dos por el precio de uno. El hombre se ha sentido poderoso y, dentro del contexto político del partido al que es, al parecer, afín, no ha dudado en avisar de la existencia de una bomba y, hala, a joder, con perdón, al partido popular. Oiga, es que ni respeta el derecho de reunión pacífica en establecimiento público, ni permite unos minutos de asueto a los compañeros de equipo de Cansino. Ni deja descansar ni permite comer. Y encima, genera terror.

 

 Bomba en el zambombo. Resta por ver si su actividad telefonista la hubiera ejercido en caso de que los populares puntaumbrieños hubieran elegido su local como sede de encuentro fugaz. En ese caso, los ingresos hubieran podido sobre la ideología. Mientras pague, hasta el mismísimo Lucifer come y tranquilo se le deja. Al señor del móvil es que o se visita su establecimiento o se niega a que se festeje en lugar distinto. Todos a la calle. No se sienten, coño. El tejeringo y el tejerazo se sujetan en la cadena de favores del partido que aporta dinero y del dinero que financia al partido. El que no lo entienda, bombas y zambombas al zambombo.

 

El hombre del móvil ha atentado contra el derecho de las personas a ser libres. Ha coaccionado a un grupo de honrados ciudadanos en tanto les ha impedido hacer lo que la ley no les prohíbe y les ha obligado a hacer lo que su voluntad no pretendía. Han debido abandonar, por la vía de los pies ligeros, el local porque así le ha salido de los congojos a un individuo antisistema. Antisistema distinto al suyo, claro. Se ha ciscado en la paz pública y ha dejado sus orines en el libre ejercicio de derechos y libertades individuales. La gente del PP es que ya no puede ni charlar tranquilos sentados en torno a una mesa a la hora de comer. La cotidianeidad, hecha trizas y la normalidad, violada.

 

El defensor de turno me alegará que no existe móvil alguno en este presunto delito. Y un cuerno. El deseo o el antojo del referido habitante constituyen la determinación arbitraria de causar temor, miedo e incluso terror a un grupo de seres humanos. Que lo haga por humor, por deleite, por extravagancia o por lo que se quiera esgrimir, es otro cantar. Hacerlo, lo hizo. Con resultado. No hubo intento. Delito de resultado. Lo cual no es permisible en una sociedad reglada que descansa en las normas democráticas de convivencia. La jurisdicción penal es la competente por más que a algunos interesados les apetezca nombrar el principio de intervención mínima para quitar hierro a la bomba.

 

Que la pena sea proporcional, es otra cosa. En todo caso, esta proporcionalidad no rebaja un ápice la imposición de las sanciones que castiguen ese acto miserable que una sociedad civilizada no puede tolerar. Lo dicho. Mayo florido. Mayo elegido. El dos de mayo. Veintidós. Veintidós.

 

Un saludo.

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