CLASES MONOCOLORES
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En la Escuela Francesa de Madame Ivonne Cazenave. En ella cursé mis estudios de Bachillerato elemental y superior. Pocos recuerdos me son tan gratificantes como los de aquellos años de la “clase verde”. Reconozco y saludo con simpatía a muchos compañeros de grupo pese a que la distancia nos ha alejado. En aquellos años, la Escuela Francesa separaba a sus alumnos de sus alumnas y recibían una enseñanza diferenciada. Madame, ay Madame, la gran señora de la Huelva de entonces, mostraba una vez más su distinción y, en el marco de sus lecciones particulares, y gratuitas, de la lengua de Molière, reagrupaba a chicos y chicas con toda la naturalidad del mundo.
Hice el Preuniversitario en el Instituto Rábida. No había otro, claro está, en los años sesenta. Después construirían el “Femenino”. El Femenino, ojo, continuaba siendo bandera de disgregación de personas en la España del desarrollismo y del turismo de suecas. Manda narices. En el Rábida de Mari Paz Sarasola, otra gran dama de la enseñanza del francés, el Preu reunía a chicos y chicas. Clases mixtas para grupos de estudiantes. Excepcional. La experiencia se produjo cuando cumplí diecisiete años. Nada malo en las relaciones académicas y de amistad entre los jovenzuelos. Las relaciones eran sencillamente cordiales.
En mi larga etapa de profesor, he defendido la enseñanza mixta. Entiendo que las escuelas no deben educar para la vida, sino en la vida. El futuro es hoy. Mis saberes actuales enriquecerán los de mañana pero los que he de adquirir no compensan el gozo perdido del presente. Muchachos y muchachas unidos en busca de entendimiento, de reciprocidad emocional, de convivencia, constituyen un hito. Quienes, por razón de edad y circunstancias de dictadura, hubimos de esperar 17 años para compartir miradas, complicidades, explicaciones, apuntes y afectos con las chicas del Instituto, sabemos como pocos el valor de la educación mixta.
Mi defensa es clara, abierta e indiscutible en este sentido. Ahora bien. La tentación de imponer nuestras ideas sobre las de los demás, causa estragos en la capacidad de tolerancia y de libertad de nuestra sociedad. No nos hemos desembarazado de los residuos catastróficos del pensamiento único del franquismo. Nos llamemos de izquierda o de derechas, la vocación monjil y maniquea de las polaridades forma parte de nuestro acervo cultural y mental. Y es un despropósito. Si hay grupos sociales que consideran que la educación mixta es un error y, de forma libre, se inclinan por la separación escolar de hombres y de mujeres, pues bueno, ellos sabrán. Ante esta postura no cabe acusarlos de discriminadores o de segregacionistas. Siempre, claro está, que se excluya la violencia, la intimidación o cualesquiera armas de presión subliminal. En mi modesta opinión, las escuelas separadas constituyen una aberración. Lo cual no obsta para que cargue contra quienes piensan de manera distinta.
Otra cosa es la interpretación sociológica y/o política que anima a estos movimientos, acaso ultraconservadores. En este contexto, podríamos aludir a sesgos religiosos arcaizantes, a movimientos sociales economicistas, a corrientes académicas sexistas, a poderes fácticos con intereses torticeros y un largo etcétera. Los juicios de intenciones son perversas maneras de proyectar hacia los demás nuestra agresividad incontrolada o nuestra pasividad doliente. La asertividad ha de presidir los flujos de comunicación de las personas. Podemos lucir nuestra habilidad negociadora de manera franca y directa sin atentar contra los demás. Esa institución tantas veces admirable y tantas veces censurada como es la jesuítica sitúa a la Iglesia en el eje de una realidad incuestionable: se respeta la enseñanza diferenciada pero entiende que la formación integral se enriquece a partir de la convivencia de muchachos y muchachas.
Las diferencias biológicas, de maduración o de precocidad entre estudiantes de uno u otro sexo pueden explicar la venida del neotradicionalismo inducido. Desde mi punto de vista, la explicación no es justificación. En cualquier caso, deploro los radicalismos. Ni separar es siempre negativo ni la escuela mixta es templo alguno de promiscuidad.
En vez de alentar simas, es necesario que exploremos valles, ríos navegables y mares de encuentros. En la sociedad. La escuela se beneficiará de ello. Al revés, no.
Un saludo.
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