PROYECCIÓN INTERIOR
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Hay que entenderlo. Amigo lector. Si usted, ciudadano de a pie, asalta un supermercado, se expone a una aplicación rigurosa de la ley. Si el asalto viene de los manos de un concejal de la derecha, la guillotina mediática apunta a su cuello sin solución de arrepentimiento. En el caso de que el ladrón se diga de izquierdas, utilice puños de acero en la embestida al patrimonio ajeno y lesione a una humilde trabajadora, ni ley ni guillotina ni nada. Comprensión. Puro símbolo. Literatura barata mal entendida y peor traducida. La fuerza de los partidos de la izquierda más cabría y montaraz reside en su capacidad de ayuntamiento carnal con lo que sea con tal de hacer del poder su cueva de cuarenta mil ladrones.
El que fuera presidente del Tribunal Supremo se premió con unos viajecitos marbellíes con dinero, al parecer, de los contribuyentes. Su adscripción a la derecha le costó cara. El cartel garzoniano de la justicia le tenía preparada una buena red a la codiciada pieza. Pagó cara su ambigüedad política y las pirañas hicieron su papel de manera formidable. Nada que hacer ante el alud de carnívoros. La muerte y la indemnización por daños.
Ser de izquierdas es cosa distinta. Sobre todo si el ente se cuela por las filas del Psoe desde que Felipe era Isidoro. Don Pascual Sala ascendió a la gloria efímera, pero bien privilegiada, de la presidencia del más político de los tribunales españoles: el Constitucional. Hombre de máxima discreción, aprendió de la camarilla el arte del silencio y, roto éste, de la mentira más despreciable. Parecer ser que el señor Sala voló más de cuarenta mil kilómetros por cielos internacionales, desde Alemania a Rusia y desde Colombia a Puerto Rico. Una fruslería de caracol. Un dineral con cargo al erario público.
El mozo prestigiado reconoce los viajecitos. Faltara más. Ahora intenta justificarlos. Se trata de proyectar al exterior la esencia del Tribunal, dice. Y de ocultar en el interior la complejidad de los gastos, arguyen fuentes de la institución. Dónde queda, señor Sala, la transparencia de ese órgano y por dónde arrastra, don Pascual, la presidencia del mismo. En qué lugar se queda la moral si es ambiguo el comportamiento de los que deben erigirse en referentes. Hacia qué lado distinto del caso Dívar mira usted.
Y por favor, no matemos al mensajero. Y si lo hacemos, que la canallesca toda ella caiga en la misma red de pájaros de cuentas. Si ABC difunde la noticia del escándalo, que los de El País asuman los escándalos de noticias ajenas. Unos podrán ser subjetivos. Los otros tienen de objetivos lo que servidor de afgano.
La proyección exterior tiene sentido, señor Sala, cuando irradiamos ejemplaridad hacia el interno. Mientras las cuentas no aparezcan, yo presumiré su inocencia. En el caso de Dívar, las cuentas se hicieron públicas. Por qué usted no se adelanta y nos las da a conocer. Desde la primera a la última. Pascual Sala no es Phileas Fogg ni Gómez es su Picaporte. ¿O sí?
Un saludo.
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