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Por mis mulas todas. El fracaso escolar en España no es culpa del profesorado. Es el resultado de un sistema educativo surgido de la LOGSE, una ley extraordinaria desde el papel y una norma vergonzante en su aplicación. La cumbre de la demagogia felipista se hizo carne fétida en esta ley orgánica. Huérfana de medios y henchida de voceros mercenarios, los psoecialistas hicieron de ella un trapo sucio de engañifas y de disvalores. No contempló premio al esfuerzo ni a la inteligencia ni a la calidad. Los profesores se vieron envueltos en una nube de documentos insulsos, en una burocracia siniestra y en un charco de babas políticas. Los chistes sobre la promoción académica de los chavales eran toda una premonición de la baja estofa académica de unos cientos de golfos metidos a asesores de la incuria, a inspectores de la desidia y de comisarios de la miseria.
Nunca se ofendió tanto al colectivo de enseñantes ni se abochornó de esta manera a la clase docente. Nunca. Jamás el nivel de conocimientos escarbó tan profundo. Una sociedad que reniega del valor de la abnegación está enferma de cuidados intensivos. La decisión del ministro Wert de restablecer la reválida me parece unas medida tan razonable como certera. Los que vivimos la generación del “preu” sabemos el valor de la reválida. Nos enfrentamos al tamiz del ingreso en el bachillerato, al cedazo que nos permitía pasar del bachillerato elemental al superior, a la criba que suponía el tránsito al curso preuniversitario y, por fin, al filtro de acceso a la universidad. Entre los diez y los diecisiete años, aquellos estudiantes experimentaron la altura de los estudios, la madurez de los bachilleres, la esplendidez de la universidad y el valor de unas becas.
La LOGSE acabó con la aristocracia de la democracia. Los chicos tienen que ser felices, espetaban los prohombres psoecialistas que alumbraban las calles de los centros públicos y, sin embargo, matriculaban a sus hijos en las más afamadas escuelas privadas. Malvados de toda depravación moral. Traidores de la máxima vileza. Los grandes paganos de este dislate fueron los profesores. De aquellos polvos, los actuales lodos. Ratificar el actual status de perversidad educacional sería apostatar de los valores más humanos y dar firmeza a una conjura de necios.
Si el Gobierno de Rajoy instaura la reválida al final de cada etapa educativa para determinar qué alumnos disfrutarán de ayudas del Estado para seguir estudiando sin discriminar a ricos de pobres ni segregar a listos de torpes, habrá dado un paso trascendental para asfaltar la gran autovía de la regeneración. En definitiva, pruebas externas que midan el rendimiento de discentes y docentes, de instituciones y de sistemas.
A partir de este momento, el informe PISA nos manifestará el crecimiento cognoscitivo de nuestros jóvenes y la capacidad de respuesta –responsabilidad- de nuestros hijos y nietos. España se beneficiará. Todos saldremos ganando. Apuesto por ello.
Un saludo.
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