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Francisco Velasco. Abogado e historiador

MONCLOA Y LAS PENSIONES

 

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 Cuando el río suena, agua lleva. Circula el rumor sobre la intención del Gobierno de Rajoy de recortar las pensiones. Lo que faltaba. Todos somos conscientes –salvo los inconscientes untados- de la crisis económica que recorre la geografía española por sus cuatro puntos cardinales. Nadie puede ignorar la destrucción post-bélica perpetrada por el Gobierno del cruel Zapatero. En ello estamos y desde esas premisas partimos.

 

Sin embargo, desde el reconocimiento de la realidad y desde la comprensión de la magnitud del desastre, ya digo no. Digo no a la política de opacidad del nuevo Ejecutivo, heredera a título mayestático de la del Psoe. Digo no a la reforma laboral cuando ésta se dirige sólo a los trabajadores y no a los empresarios. Digo no a la reforma financiera que arropa a los bancos y desnuda a los ahorradores. Digo no a las mentiras políticas vengan de donde vengan. Digo no al maltrato psicológico a los ciudadanos más desvalidos. Digo no a los tijeretazos solemnes a los magros salarios de los funcionarios. Y digo no, entre otros decires, a cualquier idea malintencionada e incluso con  presunción de delito moral a meter mano en las pensiones de los jubilados. Digo que no.

 

Confío –y lo hago con decreciente ánimo- en que Rajoy no se deje embaucar por los cantos de sirena de la gran patronal, partidaria, cómo no, de reformar de nuevo el sistema de pensiones. Si los españoles nombramos a la familia de Zapatero cuando se le ocurrió la infeliz burrada de congelar las pensiones, si el brindis de la CEOE es compartido por don Mariano, el recordatorio parental va a ser de época. Que se apuren los tiempos para reducir el paro, me parece muy bien. Que se rebaje la calidad de los atuendos que hayan de vestir los empleados públicos, bueno. Pero que se desnude un poquito más a los que ya dieron toda su vida por el país, es un insulto a los que creyeron que la jubilación sería el culmen de una vida de esfuerzo y el punto de partida de unos años de descanso y ocio. A los pensionistas, ni tocarlos.

 

Y si ello fuere, en un  momento dado, una necesidad de supervivencia, pasen antes por taquilla la cuadrilla de golfos que se enriquecen con las subvenciones, que reciben sueldos millonarios, que estafan a la Seguridad Social y a Hacienda, que visten la púrpura del empresario explotador, que participan en los fraudes del empleo, que designan a dedo a nepotes, familiares y amigos del alma para puestos que no les corresponden, que se hacen pasar por sindicatos cuando no son sino apéndices mamporreros de políticos corruptos.

 

La sostenibilidad de España no se aplica en tertulias de mayor o menor renombre ni en declaraciones suntuarias ni en bobadas de alcornoques al servicio del emirato. No. La sostenibilidad del Estado se halla en que los españoles nos creamos la hoja de ruta de nuestros gobernantes. Esa hoja de ruta reparte las encomiendas con equilibrio. La carga se distribuirá equitativamente entre las clases sociales y los territorios.

 

La mejor muestra de justicia es el respeto hacia los menores y hacia los mayores. Son los extremos de una vida que comienza y que se acaba. En caso contrario, estaremos abonando y regando un bosque de inquietudes, una selva en la que la única ley es la del más fuerte y la del más malo. Ojo a Moncloa. Las pensiones, en su justo valor.

 

Un saludo.

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