CORTINA DE NOCHE
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No existe un país en el que las leyes hayan perseguido más el modo de vivir de los gitanos que España. Al menos, eso es lo que refería Borrow. Con independencia de tan indeseable ránking, lo que parece fuera de duda es la general y secular aversión sentida hacia este pueblo.
Un gran número de romanís de Europa sufren, hoy día, una violación sistemática de sus derechos y una restricción de sus libertades públicas. Los hechos desmienten las proclamas. Cuántos entre ellos son apátridas. Cuántos entre ellos padecen ataques en virtud o en sinrazón de su carácter de minoría étnica. Cuántos entre ellos suplican un asilo político que les es denegado. Cuántos entre ellos son excluidos y discriminados, cuántos viven una situación peor que el resto de sus vecinos y cuántos son víctimas de prejuicios insensatos. En el seno de su riqueza cultural, palpita el corazón de su pobreza económica.
En tierra de nadie, surge el conflicto. La cortina de la noche no puede tapar el conficto con los payos. La agresividad racista de la mayoría se hace notar y, de tiempo en tiempo, se hace notoriamente virulenta. Las reyertas cunden y los enfrentamientos desbordan las fronteras de los barrios de acogida.
En los albores del franquismo, unas ordenanzas de la Guardia Civil alentaban la vigilancia escrupulosa sobre los gitanos. Fue necesaria la derogación de las mismas por el Parlamento democrático para cesar la persecución. Las leyes nunca historian la realidad. Se limitan a ofrecer reflejos equívocos de la misma. La imagen de la raza gitana permanece ensombrecida por la cortina de la noche artificial. Los defensores de su singular cultura se pierden en la palabrería de los espectadores del circo romano mientras las denuncias sobre su marginación cumplimentan páginas de periódicos sin nada que noticiar.
Retrocedan conmigo a 1980. El guipuzcoano ayuntamiento de Hernani provocó un escándalo público al expulsar a un grupo de gitanos de la localidad. La hipocresía de los más airados se explicitaba en clave de acciones ausentes.
Las razones de la igualdad no se compadecen con los gemidos de la tolerancia. La convicción es a la razonabilidad lo que la seducción a lo sensorial. La integración del pueblo gitano en la sociedad paya constituye toda una falacia. El respeto a las minorías halla amparo en las leyes pero sobre todo descansa en la idea previa de la aceptación de las mentalidades diversas. Ocurre como con las lenguas. España es, por fortuna, un babel cuyo tesoro plural sí se concilia con el uso oficial de la lengua más hablada. Cualesquiera intentos de destrozar las lenguas del Estado español deben tropezar con el muro de la Constitución. De igual modo que los dinamitadores del castellano con fines arteros, deberían enfrentarse al paredón de papel de nuestra Carta Magna.
En los inicios de la segunda década del siglo XXI, seguimos manejando debates entroncados en los años más siniestros de la Alta Edad Media. A este paso, los bárbaros acabarán con la herencia de los genios renacentistas, de los ilustrados dieciochescos o de los mártires de las igualdades sociales. A este paso, las cortinas de la noche se impondrán a los visillos transparentes que dejan pasar los rayos de la luz del día. A este paso.
Un saludo.
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