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Francisco Velasco. Abogado e historiador

IBIGLESIA

 

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La desastrada situación de España no desvía a los pescadores de ventaja de su objetivo de sacar tajada. Como sea y a costa de lo que sea. Que seis millones de españoles se coman el marrón del paro no basta para sacudir sus conciencias. No les remuerde la crítica coyuntura de nuestra economía. Algunos se solazan en la hierba seca de los incendios separatistas. Los conflictos exteriores alimentan sus ansias de destrucción de lo español. La lluvia de la descomposición arrecia y los enemigos de la paz social abren nuevos frentes contra el Gobierno a fin de intensificar el desgaste.

 

Entre las brechas más desconsoladoras se halla la del IBI a la Iglesia. El problema del Estado se reduce a una institución y se concentra en un impuesto. Las profundas heridas que desgarran al cuerpo ciudadano no reclama la compasión del verdugo. Éste quiere, además, que el sufrimiento se manifieste a través de piteras menos sanguinolentas pero igualmente emotivas. Si la Iglesia no paga el IBI, España se cae en pedazos.

 

Los carroñeros de la política se movilizan al olor de las presas heridas. La Iglesia, dicen, es tan rica y, al tiempo, tan avara, que utiliza su influencia maligna para vivir eternamente en paraísos fiscales. A la iglesia se debe, opinan los argumentadores de pompas de jabón, el déficit del país, el descalabro económico, el expolio de los mercaderes especulativos y el fraude bancario. A la Iglesia. A por ella, arengan los más adelantados de la caterva.

 

A fin de sacudir la pasividad de las instituciones y su afinidad con tan poderoso poder fáctico, se azuza a jóvenes y mayores para que la Iglesia pague el Impuesto de Bienes Inmuebles. La Iglesia católica, por supuesto. Y junto a ella, todas las organizaciones afines. Aparte, que se suprima lo de la casilla del Impuesto sobre el Rendimiento de las Personas Físicas. Y si es posible conducir al cadalso a las jerarquías romanas, que no se quede en el intento.

 

Rubalcaba no ocupa posiciones de retaguardia en la ofensiva. No es que el exportavoz del Gobierno del GAL sea anticlerical, que el angelito lo es en grandes dosis. Es que dispara contra lo que huela a doctrina religiosa cristiana. Le importa una higa la encomiable labor social de la Iglesia. Su objetivo es el de destrozar los cimientos de una institución que remonta su historia a milenios y el de soltar sus férreos vínculos con el pueblo. En tiempos de Rocío, que se cierre la ermita si sus administradores no pagan lo que deben. Cosas de mentecatos.

 

A los partidos políticos y a las organizaciones sindicales, ni tocarlos. Los nuevos iconos sagrados de la modernidad no se veneran en templos. Se adoran en sedes como la de Ferraz. De cuando la democracia se convierte en demoniocracia. Cuestión de letras y de fonemas. Los descreídos sin maldad alentaremos la actual vigencia del Concordato con la Santa Sede pues, como saben, pacta servanda sunt. Los descreídos malévolos basarán sus postulados en que las cosas pueden modificarse pero están como están, rebus sic stantibus. Los creyentes y no creyentes con la peor leche pugnarán por poner a la venta el patrimonio de la Iglesia, desde San Pedro del Vaticano al Moisés que esculpiera Buonarotti. Con las ganancias de la enajenación, se terminaría con el hambre del mundo. Un cuarto de hora.

 

Pero serán miserables que no ven más allá de su propia necedad. Nada es cuestión de azar. La dialéctica del miedo y de la bronca atiza en momentos de crisis como la que padecemos. Los de la izquierda estalinista se saben la lección al dedillo. O mejor, al IBIdedillo.

 

Un saludo.

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