SE SIENTE. UPYD ESTÁ PRESENTE
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Pocos refranes tan demoledores como el que dice “dónde irás, buey, que no ares”. El destino va ligado, con frecuencia, a los genes. El escorpión que aguijonea a quien lo salvó, se excusa con el rutinario “es mi instinto”. Somos animales en similar proporción al agua de nuestro cuerpo. O acaso más.
En el mundo de las relaciones humanas, la idea maniqueísta de buenos y malos es posterior al hecho contrastado de las buenas y de las malas obras. El cainismo y el abelismo constituyen el resumen bíblico de una sociología de la humanidad. Cierto que los matices son importantes, pero no son definitivos. Un observador de la vida política –ahí aflora como en pocos ámbitos el animal interior que cobijamos- aprecia de un vistazo el golpe de mentiras que acompaña a las declaraciones de cualquier gobernante. Se trata de latiguillos verbales, de movimientos giratorios de las manos, de la estudiada dejadez de la camisa sin corbata, de la formidable bocanada de oratoria previamente cocinada y así, hasta un centenar de tics desveladores de los recovecos de un personaje cualquiera.
Rosa Díez nunca fue santa de mi devoción. Jamás. A veces, despertó en mí una esperanza de que el cambio era posible. Admiré su contundencia dialéctica y su habilidad mediática. Una mujer no tan preparada intelectualmente como tatuada a conciencia para el mundo del espectáculo. Puedo admitir que, alguna vez, llegué a creer en la sinceridad de su mensaje. Necio de mí que lancé invectivas contra ella durante su período de Consejera en el Gobierno vasco de Ardanza. La señora Díez se posicionó entonces como una mujer que ansiaba hacerse perdonar su castellano apellido, como tantos otros maketos, a base de atacar a cualquier español que agrediera la imagen del País Vasco y de su gente. Lo propio en gente cuya personalidad se cuantifica en el número de votos posibles y en la elongación de años de mandato. Hasta que Redondo Terreros le arrebató la Secretaría General del Partido Socialista de Euskadi. A partir de la fecha, la andadura errática de doña Rosa recorrió los tranquilos mares del europarlamentarismo. Punto de inflexión. Copernicano giro hacia el conservadurismo más prosaico. La señora Díez viró hacia el lado de la permanencia protagonista. Su rol en el Psoe se tornó tan deslucido que la recuperación del brillo precisaba un paseo por el túnel del lavado antietarra. Se hizo españolista a la vieja usanza. Imitaba a Mayor Oreja pero jamás alcanzó la coherencia del popular vasco.
En Asturias, ha pactado con su Psoe. En Madrid da lecciones de patriotismo político, de economía social y de superioridad ética. Las más lista del hemiciclo y la más modesta. El repelente niño Vicente se encarna en la figura, ya sexagenaria, de una mujer ambiciosa. Imbuida de los rasgos innatos y/o aprendidos de la dirigencia psoecialista, no se despoja de la herencia de sus coetáneos Felipe, Damborenea, Rubalcaba o Barrionuevo.
Es la cola de las estrellas fugaces. Rosa Díez es un asteroide fugitivo. Una desclasada política. Sabe lo que quiere mas no halla acomodo. Y, por tanto, ni el reconocimiento. Allá ella con sus problemas. Se ve, se siente, Rosa Díez está presente.
Un saludo.
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