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Francisco Velasco. Abogado e historiador

TAMBORES DE GUERRA

 

 Las desgracias nunca vienen solas. Es más, se citan unas a otras por las redes antisociales del más infame interés económico. Los fuegos internos de las potencias europeas expelen algo más que humos negros. Avisan de problemas externos que encontrarán su acomodo en las luchas intestinas de los países más convulsionados por la crisis. Avistado el problema, prevista la solución. Los gritos, las manos duras, los aspavientos y las salidas de pata de banco nunca fueron soluciones. Acrecieron los males.

 

Mariano Rajoy habrá aprendido muchas cosas en su larga carrera política. Una de ellas, de Aznar. La economía se sujeta en perchas de aluminio flexible y no en ganchos de matarifes de carnicería. Jamás. Otra de ellas, de Aznar. Las mayorías absolutas revelan un estado de ánimo de la ciudadanía. En absoluto dictan una forma prepotente de gobernar. Desconfío de quienes al amparo del poder legítimo de las urnas, hacen tabula rasa para mostrar a todo quisque quién es el gallo del corral.

 

La firmeza es fiel aliada del respeto y las formas muestran la cara amable del fondo democrático. Actitudes chulescas, ni una. Manifestaciones verbales, comedidas y pensadas antes de ser publicadas. Si la reforma laboral es un asunto de urgencia indiscutible, las declaraciones del Gobierno habrán de discurrir por la senda de la inevitabilidad. No cabe otra estrategia si se quiere sacar del pozo a quienes a esa sima han sido arrojados por la desvergüenza del Gobierno anterior. Cuestión de vida o de muerte. Primero, es preciso rescatar a las víctimas. Después, cerrar el agujero. En tercer lugar, inspeccionar largamente el terreno para que estas desgracias colectivas no vuelvan a acaecer.

 

Con arreglar el laberinto interior, se alcanza una meta parcial. El mundo se solivianta cuando las diferencias se hacen demasiado notorias. No nos cabreamos tanto por ver cómo unos pasean su Rolls Royce como porque desde el mismo nos hagan cortes de manga. En la era de las telecomunicaciones, las peinetas adoptan maneras sofisticadas. Las guerras del petróleo del Oriente Medio esconden motivaciones religiosas que no son ninguna tontería. Y viceversa. Las rebeliones populares de Egipto, Libia y otros territorios musulmanes amenazan con algo más que simples escaramuzas para cambiar a unos dirigentes corruptos. Se anuncia un cambio de era. El tiempo de los esclavos no ha muerto y, por desgracia, no morirá. Sin embargo, nadie quiere ser llamado de esta manera.

 

Irán e Israel nos van a meter en un estrecho de Ormuz mucho más achicado que la distancia real entre las tierras que permiten acceder al Mar de Arabia. O sobrevive uno o fenece el otro. La geoestrategia de tan conflictiva zona atraviesa momentos de peligro indescriptible. En cuanto a Siria, nos jugamos algo más que conservar el Damasco cultural e histórico. Apostamos allí por la repugnante Persia corrupta del sha derrocado o por el despreciable fundamentalismo islámico que encabeza Mahmoud Ahmadinejad.

 

Estalle lo que haya de estallar, lo que veo venir como una inmensa bola de fuego, el papel de España ha de estar muy bien definido. Repetir las amargas experiencias de Irak en Irán o en Siria significaría que El PP no sólo no ha aprendido nada de la historia, sino que se empeña en reeditar estúpidas políticas exteriores. Si hay una oportunidad única para buscar la tiranía de consenso con el Psoe y las demás formaciones democráticas del Congreso, la encontraremos en el Ministerio de Margallo.

 

No hace falta ser muy listo para saber que la Mesopotamia de ubérrima agricultura secular y cuna de una civilización extraordinaria, puede ser hoy, por mor de intereses negros, leáse petróleo, y mentalidades oscuras, entiéndase guerra de religiones, la tumba de una cultura única. La occidental.

 

Un saludo.

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