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Francisco Velasco. Abogado e historiador

HONORRABLE MONTILLA

Confieso mi admiración por Cataluña. Es una esplendorosa parte de España. Qué sería de nuestra nación sin ese territorio fértil y vanguardista. Sería, ab initio, una nación amputada. Igual que lo sería si nos arrebatasen, por ejemplo, Extremadura o Canarias. España debe quererse a sí misma. No debe ser tan desprendida y tan quijotesca. Y si España tiene un Gobierno que actúa con la prodigalidad de quien todo tiene y nada necesita, los españoles debemos pedir la incapacitación de un Ejecutivo que se tira “patas abajo” lo suyo y lo ajeno y al que nada importa la integridad territorial del país mientras conserve las manijas de la caja fuerte.


Dicho lo cual, preciso, concreto, delimito y puntualizo. Admiro a Cataluña. Mi admiración no se extiende a su clase politizada. -Querrá decir política. Digo lo que escrito está: politizada. La clase política reúne unos caracteres de servicio y de objetividad que, lacayos y mangantes aparte, son ajenos a esta caterva que, hoy por hoy, conforman el tripartito. Miren. A Carod y a Puigcercós se les ve venir. Uno discrepará de ellos. Nos encontraremos en las antípodas de su ideología o de su doctrinarismo. Sin embargo, van por las claras. Se manifiestan cuales son. Artur Mas recorre un camino similar a los anteriores si bien su paso es más cauto, más seguro. También muestra su piel de lobo independentista. Como los de la Ezquerra republicana. En cuanto a los “Saura boys”, están a la que conviene. Que hay que ser separatistas, allá van ellos. Que republicanistas, más que Companys. Que capitalistas, como Madoff. Una cosa fabulosa lo de estos comunistas de Rolls Royce. Dentro de esa panoplia, están fotografiados. Saldrán con mejor o peor cara, pero la dureza facial es apreciable sin esfuerzos.


Fotofija de los catalanistas de obsesión más o menos segregadora, más o menos amputadora. Fotofija. Otra cosa es el PSC. El Partido Socialista de Cataluña es un totum revolotum, una mixtificación de lo más cutre, un revuelto caduco, una amalgama informe, una secta político-religiosa, una banda mercenaria, una ideología sin principios ni finales. Más españoles en el resto de España que nadie. Más catalanes en esta parte de España que todos. Agua y aceite dentro de un recipiente ya transparente, ya opaco. Novio y novia en la boda. Padrino y ahijado en el bautizo. Chico/chica, y también vestido, en la comunión. Familiar primero en el entierro del muerto al que acaba de asesinar. Juez y parte garzoniana en litigio constante. Acusación y defensa en interminable querella. Del Madrid y del Barça, según el viento sople. Zapatero es un ejemplar conspicuo de esta idiosincrasia partidista/partidaria/parcial/subjetiva, hija de la amoralidad y de la alegalidad.


Con todo, hoy no toca mencionar al leonés de Valladolid. Nos referimos a Montilla, ese cordobés charnego que ha pasado de la ruralidad andaluza a la industrialización de Cataluña, sin solución de continuidad, sin más estudios que los de Bachillerato, sin más riqueza que una mano delante y otra detrás, sin más patrimonio que su condición de lacayo, con su voluntad de alfombrarse, con su capacidad para la reptación, y con su facilidad para trepar o con su indiscutible predisposición camaleónica. En el PSOE halló el árbol. En el PSC, las lianas, las enredaderas. Tarzán Montilla ha llegado a lo más alto que un charnego podía soñar en la actividad política. Montilla es President de la Generalitat. Sublime Montilla.


De un plumazo, todos fuera. Si no a la intemperie, al ostracismo. De un “ostracazo”, adelanta Montilla a los catalanistas de origen y sentimiento. Reniega de la tierra andalusí que le vio nacer y abraza la Cataluña que soportó su presencia. Más catalán que Cambó y menos español que Johan Cruyf. Más a la izquierda que Saura y más republicano que Pi y Margall. El síndrome del judeoconverso en él tiene sede. Ahora quiere inhabilitar al Tribunal Constitucional. Escupe declaraciones y amasa contubernios para procurar su incompetencia en el tema del Estatut. Eso, ahora. Mañana esculpirá la Carta Magna de Cataluña porque la de España no sirve a su interés espurio. Dios y demonio adorados por el tahúr de cartas marcadas y jugadores entregados.


Honorable President. El tratamiento se lo respeto. La otra acepción, no. Ni hablar. Honorable es otra cosa. Para mí, que Montilla no se encuadra en esta última. Para mí.


Un saludo.

 

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