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Francisco Velasco. Abogado e historiador

CLASES DE URBANIDAD

 

En mis años de niñez, cuando acudía a la escuela “amiga” situada cerca de la plaza de toros, una de las asignaturas que se nos impartía era la de urbanidad. Materia importante en aquellos años en que la urbe era, además de muy pobre, bien pequeñita. La urbanidad se convirtió en una disciplina de cierto interés porque, a falta de buenos alimentos, se nos enseñaba, por ejemplo, cómo comerlos en la mesa. Tiempos de zozobra social y económica que no captábamos los chiquillos de aquellos años.



La urbanidad como cortesanía, agrado, comedimiento, buenos modos. Entonces, y ahora, algunos confunden la urbanidad con la educación. Craso error. Es lo mismo que entender que los buenos modales (forma) constituyen el culmen de la educación (fondo) si consideramos esta acción como el desarrollo y perfección de las facultades intelectuales y morales. La urbanidad es siempre educación pero la educación no se agota en la urbanidad.



De urbanidad a urbano. Perteneciente o relativo a la ciudad. Cortés, atento, perteneciente a la milicia de la urbe. Así reza el diccionario. Nada refiere a un oficio de constructor o empresario ni a una actividad para-religiosa ni a un posicionamiento ideológico afín al partido que más calienta. Tampoco a una influencia política poderosa. Ni al esposo de una señora bien remunerada por no sé que instituto arruinado de vivienda en Valverde cuando el Psoe gobernaba, bien mal, en aquella localidad.



Lo cierto es que ayer me desayuné, como siempre, con la prensa. Esta vez, el café y las tostadas me sentaron mal. Parece ser, informa El Mundo, que el señor Barrero, gran cacique de la política onubense en los últimos 20 años, también ha metido los pies -no digo nada sobre sus manos- en la charca podrida del fondo de reptiles. A este paso, vamos a descubrir que Griñán ha llegado a firmar documentos comprometedores en este sentido, al estilo de los que ABC nos ilustra. Bueno, pues el señor Barrero -por cierto, muy amigo de ese empresario modélico que es D. Francisco Urbano, onubense excepcional, esposo ejemplar y padre amantísimo-, pudo influir para que la Dirección General de Trabajo -sí, la del señor Guerrero y la del señor Márquez- concediera a la empresa editora de Odiel Información -hoy “El Periódico” de Huelva- una ayudita de cincuenta millones de pesetas para el bien de la libertad de expresión.



Ignoro quién es el presidente de la editora de Odiel Información. No creo que sea el señor Urbano, porque entonces sería para echarse a temblar. Huyo de la malicia de quienes encuentran relaciones de causa-efecto entre don Francisco Urbano y el señor Barrero por aquello de la obrita realizada en la sede psoecialista de El Conquero. En este sentido, no me puedo creer que el referido preboste urbano/urbanístico haya sido beneficiado también, a través de la empresa matriz del canal de televisión CNH, de otros treinta y tantos millones de pesetas por la susodicha Dirección General de Cachondeo, digo Empleo. Cómo me voy a creer que esa perfección de ciudadanía que es el señor Urbano se deje arrastrar por tentaciones pecuniarias de dudoso e ilegal origen.



En tanto controlo mis vómitos provocados por tan desdichados sucesos, me acuerdo de don Mario Jiménez. ¿Se habrá enterado tan inocente e ingenuo político de los desmanes que se atribuyen a sus conmilitones? Yo diría que no, pues de saberlo, dada la honradez del personaje, lo hubiera denunciado. Con la misma contundencia con que ofende al PP.



Entre don Mario, don Javier y don Francisco -urbanísimos ellos- escriben un manual de urbanidad onubense y lo subvenciona la Diputación de Caraballo. Las clases particulares, eso sí, a cargo del fondo. De reptiles, tal vez.

Un saludo.





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