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Francisco Velasco. Abogado e historiador

MENOS MAL QUE LE ASQUEA

 

 Menos mal. El ingrávido Griñán siente asco. No de su obesidad política malsana. Es que ni se mira a sí mismo. Su repugnancia nace de la corrupción ajena. Este bendito no percibe sobre su cuerpo las ratas de cloaca ni observa a su alrededor más íntimo la legión de cucarachas. Qué vamos a hacer. Anda que si no le dieran asco estos bichos, qué sería de nosotros. Los mil millones y medio defraudados con los expedientes de regulación de empleo hubiesen servido para crear muchos puestos de trabajo. Claro que como el hombre sólo se entera de lo que le conviene, pues la hediondez se apodera de palacio sin que nadie ponga coto a la misma. Toda la culpa, de Guerrero. Los consejeros y otros halcones, libres son en tanto el silencio sea compañero de viaje por los cruceros gratis total por el pantano de la Junta.

 

Menos mal que siente asco. De no experimentar esa sensación, se pasearía por las calles de Sevilla de la mano de los mangantes más renombrados del siglo XX, desde Al Capone a Roldán. Incluso presidiría en un palco institucional el paso de las procesiones de la Semana Santa, porque su ataque a la Iglesia no se cobra el peaje de eludir el fastuoso espectáculo religioso. Este señor es de los que se casa en sede clerical y apostata al cuarto de hora de finalizar la ceremonia solemne. Desprecia la fanfarria pero forma parte de la chirigota de San Telmo. No soporta a la burguesía sevillana y con algunos de sus más conspicuos representantes se convida unos vinos en restaurante de etiqueta.

 

Menos mal que el asco no le hace vomitar. En el debate televisado de Canal Sur, era constatable la debilidad estomacal del todavía presidente de la Junta. Eruptaba palabras indigeribles como si nada. Lanzaba mensajes inicuos y la sonrisa, forzada, no le desaparecía de la dura cara. Enviaba sucedáneos de refriegas verbales a su compañero de chiringuito y se complacía en las misivas. El coordinador de IU, qué desgracia para la izquierda, devolvía a su mentor político alguna acritud calculada para que los tres espectadores y medio que contemplaron el programa de la televisión de Juan Imedio no les abuchearan al grito del que se besen, que se besen.

 

Menos mal que los vómitos asquerosos no se produjeron. Hubiéramos acabado chorreando. Tal es la garbanzada con chorizos, o de chorizos con garbanzos, que engulleron. Griñán no siente asco de sí mismo ni de su gestión. Para qué. Si come de eso. De lo que no hace, de lo que deja hacer, de lo que permite y de lo que prohíbe con la boca chica. Y con el fin de perpetuar ese aristocrático nivel de vida, se alía con quien sea. Hasta con Mario Jiménez. Los dardos, en cambio, contra Arenas. Don Javier, que nunca ha tenido oportunidad de gobernar en Andalucía, es la diana de los disparos a matar del Psoe. Eso no le produce asco. Difamar a inocentes, le reconforta. Preparar el asalto a calles y plazas, bocado afrodisíaco. Desvencijar las arcas públicas, privilegio de los señores de Desempleo S.A.

 

El asco que no siente viviendo como un rey en un palacio barroco. El empacho que no estalla por el paro generado o por los desahucios en cascada de los más humildes y menesterosos. Las arcadas que no afloran al contemplar la pobreza de su pueblo, la decadencia de la educación o el trompazo de la sanidad.

 

El asco. El que yo siento cuando escucho a Griñán y a los suyos decir: “despreciamos a quien se aprovecha de la política para beneficiarse personalmente”. Pues comiencen, señores, comiencen. El autodesprecio. Por no tener que escuchar estas cosas, vomito. Tengo la suerte de expeler lo que me sienta mal. Yo sí siento asco por el político que se apellida Griñán. Por sus palabras y por sus actos. Asco. Insuperable. Al menos, puedo vomitar.

 

Un saludo.

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