TAPA Y CERVEZA
Inflar. Hinchar. La economía española ha sufrido el mal de los gases. Desde hace mucho tiempo. Especialmente desde dos mil dos cuando la reina peseta abdicó en el príncipe euro. De las setenta y cinco pesetas del café al pago del euro en un par de días. Precio ascendido de golpe al tercer piso. Del café mañanero a la cervecita con tapa antes del almuerzo. Una tapita de cien pesetas, e incluso de ciento cincuenta, era un bocado al alcance de muy pocos. Con la rubia obligada al lado, nos íbamos tranquilamente a las trescientas. Un dinero. De pronto, cerveza y tapa a tres euros y el que no pueda, ya saben, agua y ajo.
Más que una hinchazón, un bulto. De la exageración al engreimiento, un paso. Y de los tres euros por la parejita a tres euros sólo por la tapita. Así no hay quien pueda. Era señal de nuevos ricos en débiles economías. Del pisito de diez millones de pelas se transitó al pisazo de doscientos mil euros. El mismo suelo, los muros de antes y el portaje de cartón-madera. La burbuja inmobiliaria se casó con la borboja barista. Con los mismos mimbres simulamos hacer nuevos cestos. Hasta que el globo estalla. Cómo que por qué. Porque el recipiente que contenía el gas expansivo no está preparado para semejante volumen. Bluff. Lágrimas de niños ante la contrariedad no imprevista sino no aceptada.
Los primeros pillos de este cuento de la lechera, los bancos. Préstamos a tutiplén. El dinero fluye y las comisiones suben el caudal del rio contaminado. No pasa nada. Simples traspiés del caminante hacia la riqueza. Aire a las ruedas sin reparar el pinchazo. Todo lo que se coloca en posición erecta acaba víctima de la ley de gravitación universal. Todo menos los salarios de los funcionarios y las pensiones de los jubilados. Coches elitistas de tres millones de pesetas se vulgarizan al pago de dieciocho mil euros. Más aire, más. La feria lo es por las luces y las vueltas. Hasta el agotamiento y el mareo. La soberbia del arrogante hace presa en el bolsillo del estúpido.
Mas no se aprende. La cesta de la compra se encarece a la par que las viviendas dejan caer parte del lastre que impide su venta. Los bancos devienen inmobiliarias de invendibles. Las deudas y la morosidad no acompañan su voluntad indesmayable de ganancias. La cerveza y la tapa se arrastran al euro y medio. Aparece la feliz hora de la birra a sesenta céntimos. Los sueldos de los que conservan el trabajo son acuchillados para trasvasar su sangre a los vampiros poderosos. Los que viven de la pensión arriman el hombro al supermercado más asequible. Los habitantes del desempleo sobreviven gracias a la ayuda familiar y a la chapuza salvadora.
En este gazpacho caliente, el pepino se atraganta, el tomate está pocho y el agua llena de bacterias. Así y todo, o se engulle o no se engaña al hambre. En el palco del teatro de la vida, el señor Cebrián se embolsa millones mientras la empresa los pierde a golpes de hemorragias de sus trabajadores. Y el señor Sáenz, el de Banesto, no se queda atrás en la percepción de dividendos millonarios. Ellos no tienen problemas de ampollas. Su vivienda es mansión. Su cerveza y tapa, de cinco tenedores. Al resto de los curritos, las sobras de la crisis que ellos contribuyeron a crear.
Nos conformamos con todo. Camarero, una cerveza y una tapita. De las de euro y medio.
Un saludo.
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