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Francisco Velasco. Abogado e historiador

SECRETOS

 

 El enemigo en casa. Quién se atreve a hablar rodeado de espías. Toda la legitimidad que quieran a estar allí. La misma que para negarles el acceso a ciertas fuentes. Cómo va a estar Amaiur en la Comisión de Secretos Oficiales del Congreso. Mañana, ni secreto ni oficial. Hombre, un poco de sensatez. Y quien dice Amaiur, Ezquerra Republicana. Tiempo le iba a faltar a los catalanistas que se dicen de izquierda para chivarse.

 

Los republicanistas lamentan la actitud del PP. Qué habremos hecho para merecer este desprecio, espeta en el hemiciclo uno de los amigos de la coalición proetarra. Qué injusticia, papi. Como si ellos hubiesen transgredido sólo veinte veces el funcionamiento democrático ni hubieran hecho daño a España en su cándida vida política. Pobrecicos. No se preocupen. A su salvaguarda irrumpen los de Izquierda Unida. Los de Lara se mueven al conjuro de cualquier acción del PP. Se levanta Rajoy del escaño y unos cuantos polifemos de la vista sesgada dirigen hacia él sus miradas inquisidoras. Si deja el escaño, es que va a mirar el libro gordo de los secretitos. Son la leche.

 

Se les llena la boca de democracia para fustigar las acciones ajenas y pisotean el significado del término cada vez que la furia tiránica se concentra en calles y plazas. Detrás, el Psoe, dispuesto a todo con tal de seguir azuzando los revolcones a la policía. Ya falta menos. Para llamar asesinos a los del PP, les queda un barrio. Para encadenarse frente a las sedes de los populares, un cuarto de hora. Para convertir los espacios públicos en algaradas, ya transcurrieron días. Los secretos del poder se custodian en caja de EREs, en desfalco de fondos reservados, en pandilla de filesios y malesios.

 

Nuestra legislación no regula adecuadamente los secretos oficiales. Más que una laguna, todo un Caspio. Hay una ley, sí, que pretende evitar que trascienda el conocimiento de lo que se clasifica como secreto al tiempo que delimita qué autoridades y qué funcionarios pueden tener acceso a los mismos. Argumentaba Bobbio que el Estado democrático es aquel cuya opinión pública tiene un peso decisivo en la formación y el control de las decisiones políticas, aquel en el cual las sesiones del Parlamento deben ser públicas, en el que todo lo que se debata ha de ser publicado en su integridad y en el que los periódicos son libres de manifestarse a favor o en contra de las acciones del Gobierno. El amigo Bobbio, pensador ilustre, fue un filósofo de la democracia. Cosa distinta es que fuera un gobernante en un país democrático. Sucede con tanta frecuencia.

 

La democracia no es país de súbditos. Patria de ciudadanos con derechos que aspiren a paz estable. No es más. Ni menos. Nunca se vivió este ideal en territorio ni tiempo algunos. Nunca. Menos en España. Imposible en esta España de los independentismos barriobajeros. Quién será el que le ponga el cascabel al gato de la ley y, con sentido de Estado, confiese: no se levanta el secreto porque el conocimiento de materias reservadas no está hecho para la boca del jumento disruptor.

 

Así que si los de ERC, IU, Amaiur y otras formaciones de análoga laya se molestan, ya saben. Doble problema. El primero, fastidiarse por lo que son y como actúan. El segundo, serenarse y acudir al hospital de la fuerza del pueblo soberano.

 

Un saludo.

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