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Francisco Velasco. Abogado e historiador

LA CALLE ES DE LOS DE SIEMPRE

 

La izquierda tiene tal sentido de propiedad que defienden con uñas y dientes sus moradas particulares y con pancartas e incluso pistolas reivindican el espacio público como escenario privado. La calle es de ellos. De esa izquierda famélica de argumentos, huérfana de ideologías y multipropietaria de avenidas, parques y plazas. Cualquier excusa es válida para hacer ostentación del dominio de su predio.

 

Si por izquierda se entiende a los indignados con el Gobierno del Psoe, a ella pertenecemos más de cuarenta millones de españoles. Si se aplica a los del partido de Llamazares y Lara, unos pocos miles están afiliados. En cuanto a la izquierda que dice representar el grupo de Rubalcaba, es posible que haya millones, entre los cuales, en honor a la verdad y en el uso más propio del término, ni lo es el líder ni quienes como él han hecho de esa hermosa ideología, una piltrafa doctrinaria.

 

Pues bien, esa dizque izquierda antisocial se ahoga en sus vómitos de deslealtades. El felipismo nos pasó una factura de no te menees. El desgobierno de Zp ha elevado el “debe” a la enésima potencia. Cinco millones de parados, y subiendo, hablan claramente del obrerismo que sepultaron sus siglas y del españolismo en el que nunca creyeron. Su dios es el poder. Son plurales cuando los votantes los destierran a la oposición. De vueltas con las riendas, monocromía y uniformidad. No falla. La constante de la izquierda es dar de comer y de beber, a veces hasta de esnifar, a sus élites. La variable radica en que la estrategia impele ya a acordonar sanitariamente a la derechona, ya a llenar las bolsas de los aliados, ya a ganarse el apoyo de los medios, ya a respetar/condenar las sentencias judiciales según les sean, o no, favorables.

 

Tantos ejemplos. La reforma laboral que anuncia Rajoy comportaba, a priori, una huelga. Estaba convocada desde que las elecciones generales no eran sino un proyecto. Vacía la despensa a base de robos y estafas, los huelguistas apuntan sus cañones hacia quien la ha de llenar. Actúan como los matones de suburbio: “te espero en la calle”. En la calle. Amenazan antes de disparar. El conflicto vandálico subsigue al aviso dialéctico. En la calle te espero.

 

No tienen pelos en la lengua y les sobra maldad en la boca. Miren la frase de la psoecialista madrileña Martu Garrote: “siempre digo que en España quemamos pocas Iglesias y matamos pocos curas, pero en la catedral de Granada dan fe de lo malos que somos los rojos”. Lo primero es conquistar la calle. El acto segundo, quemar los templos cristianos. Mezquitas y sinagogas, ninguna. Musulmanes y judíos son religiones de otros libros que no entran en el examen. Contra el cristianismo, a fuego. Asesinato de sacerdotes, tercer acto de la función macabra de unos resentidos criminales. De la guerra civil, han aprendido que el número de muertes de clérigos debe multiplicarse. Todo en la calle, en la claridad de su noche triste o en la oscuridad de una mañana de lutos colectivos. La señora Garrote es un alto cargo del partido. Es la misma irresponsable que, días antes, nos había sacudido un zurriagazo en nuestras meninges siempre asequibles al espanto. Doña Martu, apellidada Garrote, llamó mendigos, pordioseros, tullidos y polipoterras a los necesitados y discapacitados de la Comunidad de Madrid. Si los coge en la calle, qué les haría la secretaria socialista. Da miedo.

 

Se conquista la calle y se enciende la mecha del desorden que, a su vez, transporta en recipientes criogénicos los tubos del miedo tumultuario. Una vez introducida la jeringuilla fatal, la grey comprenderá el papel del lobo. Al cabo de miles de heridos y cientos de muertos, la fiera cambiará su piel por la del manso corderito. Los damnificados, al "haber" del Gobierno de la derecha. La universidad de la calle es, en verdad, el armiño de los callejones del hampa. Así se hace historia. Qué pena.

 

Rajoy y compañía deben aprender las lecciones del pasado. Tan reciente, que lo tocamos con los dedos. Atención a la calle. A las avenidas, a las plazuelas, a los bulevares. Peligro: matones.

 

Un saludo.

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