LA TARJETA
Visa o Master Card. Lo importante es la tarjeta. Tarjeta institucional al servicio privado. Tarjeta valverdeña de la que disponía el edil para irse a lupanares y puticlubs. Tarjeta de presentación que compra voluntades con dinero ajeno. Tarjeta de crédito entregada temerariamente a gente no de fiar. Tarjeta de embarque en avión de lujo y de vicio. Tarjeta de identidad que desvela la porquería interior del personaje. Tarjeta que exhibe el inmoral que preña su propio vientre a costa de la flaccidez de la teta del pueblo. Valverde de mi Valverde. Valverde de Miguel Ángel López. Valverde.
José Blanco no necesitaba tirar de cartera. La tarjeta se ofrecía en su apéndice nasal como hombre quevediano a su nariz pegado. Blanco utilizaba al banco de España con el banderín de Fomento. El segundo de Zapatero administraba su presente con la tarjeta volantinera de su oscuro porvenir. Aquí y allá labraba conciertos y servicios entre la peña que, a cambio de favores, depositaba “bin ladens” en los bolsillos sin agujeros de sus pantalones de ministro. La invitación de Blanco se sirve en tarjetas impresas de puños y rosas. Puños que golpean y extorsionan y rosas que acarician babosas. Tarjeta de visita que anuncia diezmos y tarjeta postal que reclama aguinaldos. Tarjeta roja de Blanco a su lucense ambición de visir de sultanes despreciables.
Tarjeta de Rubalcaba. La araña negra preside la dorada cartulina primorosamente cortada. Es la carta del ogro con ojo de cíclope que, borracho de grandezas, no alcanza a ver la pequeñez de su figura. Bastón perdido del ciego que creyó contemplar ferias en escenarios de fuegos fatuos. Bono amarillento de un hombre que desafió a la naturaleza de las cosas y no soportó, sin embargo, la furia de los elementos humanos. La tarjeta de Alfreddo no se entregó en la meta. Yace, arrugada y húmeda, en el fondo de las aguas que rezuman las alcantarillas del Gal y del Faisán.
Bono cogió su fusil. El fusil de Bono dispara balas dialécticas. El jefe del hipódromo prefiere que le maten antes de matar. Sublime INRI el de un hombre que ama a Jesús con la intensidad del Iscariote. La tarjeta de Bono es el paño de la verónica impregnado del rostro de la hipocresía imperial. El Viva España del que todavía se pavonea por el Congreso es un grito desesperado a la ruptura territorial de la España que contribuyó a destripar. Bono besa solícito la mano de Chacón con el uniforme maoísta de su partido y muerde su cuello una vez atraviesa con sus ojos anodinos la espalda de la catalana. Tarjeta de traición prendida a su acento, arrastrado, de sofista con sede en plaza de indignados.
La tarjeta de Zapatero es blanca. Inmaculada e impoluta. Celosamente guardada entre las hojas de un libro que nunca abrió. Las pastas sufren el golpear del tiempo. Las hojas amarillean. Pero la tarjeta permanece a salvo. Es el triunfo del sobrevivir en tiempos del cólera y en épocas de iras. Escondida entre millones de láminas de celulosa maloliente, la tarjeta de Zapatero resiste. Devuelve el legajo y se apodera de su tarjeta. Limpia. No ha trapaleado como Blanco ni puteado como el de Huelva ni arañado como el felipista ni traicionado como el manchego. Eso sí. En el anverso de la tarjeta se puede leer, a la luz de la lámpara, que su portador es el ejemplo vivo de lo que no puede ser un hombre. Picudo rojo. En el anverso está escrito: Zapatero, el picudo rojo.
La tarjeta es la señal de la muerte. Lo expresaba magistralmente Pablo Neruda: “Muere lentamente quien se transforma en esclavo del hábito repitiendo todos los días los mismos trayectos, quien no cambia de marca, no se atreve a cambiar el color de su vestimenta o bien no conversa con quien no conoce”.
Un saludo.
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