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Francisco Velasco. Abogado e historiador

ENORMEMENTE SATISFECHOS

 

 Jean Baptiste Poquelin, dit Molière, es uno de los grandes de la literatura mundial de todos los tiempos. Una de sus obras más emblemáticas es el Tartufo. En ella, como en tantas otras, el francés universal supo, como pocos, atacar la pedantería, la ignorancia y la pretenciosidad como bases públicas de una hipocresía privada. El Tartufo es un canto desgarrador a la manipulación consciente del poder.

 

Heine, el último poeta romántico, expresó de forma elocuente qué era la hipocresía. La hipocresía, afirmaba, es una mentira performativa, transformadora. Refería que los hipócritas son maestros en predicar agua en público mientras a escondidas toman vino. Del mismo modo que se anatematiza en el púlpito a los que sucumben a los deseos de la carne y calman sus ansias sexuales en lupanares. O los que instan a no robar y son ladrones de amplia trayectoria. Todos ellos son mentirosos performativos bien alejados de los embustes en legítima defensa o en estado de necesidad.

 

El falaz presidente del Congreso de los Diputados ha defendido a su correligionario José Blanco de las acusaciones que se vierten sobre el Ministro en el caso “Campeón”. Ha hecho gestiones, subraya el adalid de la moral más cínica. De tráfico de influencias o de cohecho, ni por asomo. Bono es de los que se apoyan en los mandamientos de la ley de Dios o de la Iglesia hasta que los intereses particulares imponen sendas que él no admite en otros. Está enormemente satisfecho de lo bien que ha quedado con su compañero de armas políticas.

 

Por su parte, el pinochesco Blanco asegura que su intervención en el caso Dorribo tenía una clara intención de crear empleo allá donde exista el mínimo resquicio. Que él no se ha lucrado con los taratantos mil euros. Que cómo se le puede calumniar con semejantes infundios. Que él es muy devoto de Santa Bárbara y se acuerda de ella, como Dios manda, cuando truena. Que de dimitir, por qué. Eso queda para el corrupto de Camps y la gente del Pp.

 

La Junta de Andalucía es un nido ovíparo y vivíparo de hipócritas. Ovíparos porque se reproducen por huevos y vivíparos porque amamantan a sus crías hasta que llegan a la edad de colocarse a dedo en el sancta sanctorum de los enchufados. La consejera de la presidencia, la señora Mar Moreno, ha declarado, en un alarde tartufesco que supera al personaje de ficción, que el Ejecutivo de Griñán está enormemente satisfecho con la sentencia del Tribunal Superior de Justicia de Andalucía en la que se refleja que “el procedimiento seguido por el Gobierno andaluz para repartir el dinero del ’fondo de reptiles’ supone "un desprecio al Derecho y a los trámites exigidos legalmente". ¿Hipócrita ella? Para nada.

 

En este orden de corrupción, el señor Rubalcaba ocupa uno de los puestos de renombre. En el debatito televisado, se olvidó de los cinco millones de desempleados españoles para atacar el programa de Rajoy cuando, si los españoles lo legitiman, se convierta en presidente del Gobierno español. Está muy preocupado por lo que ha de suceder y ahoga en lava volcánica la podredumbre que él y su íntimo Zapatero han producido.

 

La lista de triunfadores de la hipocresía más vomitiva sería interminable. Permítanme que termine con Machado: El único vicio que no puede perdonarse es la hipocresía. El arrepentimiento del hipócrita es de por sí la hipocresía. Alfonso Guerra es el dios tartufo. Lo que ha dicho sobre la juez Alaya le descalifica per saecula saeculorum.

 

Un saludo.

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