CREYENTES Y CREÍDOS
Paraíso de los creyentes. Lo de José Blanco es de estudio. Habla mucho. Nada hace. De falsedad en falsedad, hasta llegar a la cadena. Cadena sin condena. Condena sin cadenas. No desmiente. El apacentador de un rebaño de hienas calla. Y espera. Ya escampará. Mientras la lluvia arrecie, se pone a cubierto. No sea que un rayo le atraviese su alma de creído. Se las daba de ser todo un campeón. Sin embargo, Dorribo le derriba. El parlamentario de taberna no quiere explicarse. Menos en el Congreso. Le entra tiritera. La sonrisa torva de tiempo atrás conserva su amenazador gesto pero muestra síntomas de miedo. Se mantiene huraña y aviesa aunque sus ojos delatan ansiedad y ganas de huir. El creyente Blanco.
Se resiste a la querella y a la denuncia. Acaso espere que el empresario amigo se retracte. En el ínterin, procura un atajo por donde evadir su cruz. ¿O no se trata de la cruz? Porque dice creer pero no concreta qué. En la existencia de caminos prohibidos, sí. En su pasado de cazapeperos, vaya. En su conciencia laxa, relajada como un elástico roto, cualquiera sabe. Él dice creer. Y como cree, no se arrepiente. De qué tendría que arrepentirse si no ha mentido. En todo caso, el contrito debiera ser el presunto calumniador. Resulta curioso. Habla de falsedades, pero omite el término calumnia. Con lo que es Blanco y se desayuna con la víbora del delito. Cómo estará ese cuerpo que hasta la lengua se le contrae, reprimida.
Lejos de comparecer ante la Diputación Permanente de las Cortes, se esconde bajo el faldón opaco de su partido. Mucho menos se atreve a una rueda de prensa. Por quitarse de enmedio, hasta del desfile militar puso pies en polvorosa. No consintió en sumarse a los abucheos de su bienamado Zapatero. Creyente Blanco. Creído Pepiño. Dónde su arrogancia. Dónde su prepotencia. Dónde su tiranía. La gente lista, afirmaba Shermer, cree en cosas raras porque está entrenada en defender creencias a las que ha llegado por razones poco inteligentes. No le falta razón. De ahí la súbita proclamación de fe del todavía ministro.
El biólogo Rostand, ateo autodeclarado, enfatizaba sobre la presencia del Dios entre los que no creen en Él. Dios está más presente en un ateo que en un creyente. Lo que olvidaba Rostand era el citar a Voltaire. Demandaba éste, cuando la vida le abandonaba, la presencia de un cura en su lecho final. Para morir, decía, el cristianismo. Todo un ilustrado sometido a la dictadura de la fe y renegando de su razón. Ejemplo de ciencia y modelo de creencia. Blanco es creyente como el Arouet del final de sus días. La pérdida de su ministerio, no precisamente sacerdotal, le conduce a la fe. La fe de los carboneros ricos. La fe de los petroleros millonarios. La fe de los clérigos gordos.
Tentación. El creyente tentado. Blanco es el Savonarola de la España del siglo XXI. El italiano de Ferrara congregó en su contra a los arrabiatti o enojados por su fanatismo inquisidor. El español de Lugo ha alentado a los indignados de Sol a rebelarse, no contra los corruptos de su banda, sino contra los enemigos de la corrupción. El poder y el lujo son serpientes seductoras que inducen a los hombres a pecar. En su carta a los Corintios, Paulo de Tarso refería: Satanás se transforma en ángel de luz. Blanco, de tan creyente y creído, sigue siendo Satanás. La luz no acompaña al ángel cuando éste repta por la oscuridad y teme la transparencia. Blanco. Creyente. Y Torquemada, también.
Un saludo.
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