PROGROMS
Tengo por principio y por norma controlar mis impulsos más viscerales. Es posible que este control me pueda provocar, algún día, una enfermedad irreversible y especialmente dura. Lo asumo y me atengo a lo que la vida me depare. Los sentimientos y las emociones me los guardo para mi ámbito de esfera privada a fin de que mis cabreos no perjudiquen a nadie. Pretendo hacer de la razón estilo dialéctico y del argumento, forma de diálogo entre personas dignas. Me duele la injusticia. En general. Si no damos a cada uno lo que le corresponde, me agobio. Igual que me hiere el abuso de los poderosos y de los fuertes. O me lacera sin pausa la discriminación. Del mismo modo que reniego de quienes engañan a los inocentes y de los ingenuos hacen su riqueza. Tantas cosas. Cuántos casos.
En la españolísima Cataluña, una jauría de lobos independentistas, armados de odio e instrumentados de violencia, están resucitando los progroms. Reeditan la acción de linchar, de forma multitudinaria y premeditada, a un grupo que ellos consideran distinto. Lo mismito que los nazis hicieron con los judíos durante la “noche de los cristales rotos”. Muy parecido a la diáspora que sufrió el pueblo semita durante la Edad Media por parte de diferentes reinos cristianos: desde Felipe Augusto de Francia a Eduardo I de Inglaterra pasando por la España de los Reyes Católicos. Del progrom a la diáspora, un instante de soledad y un siglo de angustias.
Incurrir en la aculturación es un defecto de muchos historiadores. No quiero incurrir en ello. Es un error incorporar elementos de una nueva cultura a patrones de comportamiento labrados en épocas distintas, con mentalidades alejadas y en un contexto sociopolítico y económico insospechado en los momentos actuales. Las juventudes fascistas de Ezquerra Republicana de Cataluña están defendiendo una posición que, en nuestro mundo, repugna al derecho y a las declaraciones universales de defensa de la humanidad. En su empeño inicuo por imponer la política de inmersión lingüística, estos cachorros herederos del militarismo de Hitler fomentan el apartheid dentro del marco del racismo más espeluznante. “Al compañero español, intégralo o margínalo”, dicen estos nacionalistas malnacidos. Por las buenas, que se catalanicen. Por las malas, que se les trate como a leprosos y apestados. Y todo ello, con el silencio cómplice de CiU o el mutismo aquiescente del PSC.
Al paso que vamos, los catalanes que también se sienten españoles terminarán abandonando el “pequeño país del noreste” y afincando sus enseres -los pocos que nos les han sido expoliados previamente- en tierras al sur del Duero. Los etarras ya experimentaron con enorme éxito esta forma de devastación y se cuentan por miles los vascos que se vieron obligados a dejar el terruño para huir de la bomba terrorista. La fundamentación de los independentistas, ya se ve, descansa en la fuerza de la palabra y en la palabra de la fuerza.
Cabe, por otro lado, recluir a los españoles vascos y a los vascos españoles en barrios exclusivos para ellos. En vez de juderías, españolerías. El histórico barrio gótico de Barcelona fue una judería. A los españolistas podrían aislarlos en el extremo opuesto a Montjuich, al Nou Camp, a la Sagrada Familia o al Puerto. En suburbios extremos donde el hacinamiento comporte un sufrimiento mayor a los condenados a la ostraka.
Qué bien. Qué buenos son Mas y Pujol, Ridao o Carod, Montilla y Chacón. Qué izquierda tan desnaturalizada y qué derecha tan financiera. A los españoles, el progrom y, a su través, la diáspora. Contengo las ganas de decirles lo que pienso. Aunque reviente, no les diré lo que les deseo. Que cada uno se exprese como guste. Ustedes mismos.
Un saludo.
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