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Francisco Velasco. Abogado e historiador

PRODUCTIVISMO

 

 La Real Academia de la Lengua Española define la productividad como la relación entre lo producido y los medios empleados, tales como mano de obra, materiales, energía, etc. Una empresa se considera productiva si es competitiva. Toma ya. Lo productivo ha de ir ligado a lo competitivo. Es decir, que si esa empresa no contiende con otra en sus objetivos y resultados, no cabe decir con propiedad que existe productividad porque el mercado exige rivalidad entre ellas. Voy más allá. Si una empresa no mima la calidad de su producción, o no logra bajar sus costos y sus tiempos, si no introduce métodos laborales y tecnológicos innovadores, podrá sobrevivir, sin duda, mas nunca podrá ser productiva. Cómo que por qué. Porque su rentabilidad deja mucho que desear. Y no hay más ciencia.

 

Hablar de productividad en el sistema público me resulta chocante. Y no porque no esté convencido de la necesidad de dotar a la Administración de los recursos que precisa para que sus servicios puedan competir, en el terreno de la igualdad, con la empresa privada. Desecho las romanzas de los tenores huecos que niegan la libertad de empresa y excluyen a los empresarios privados del ancho campo de la participación en la vida ciudadana. Esos tenores son la hez de una dictadura solapada que refugia en el Estado la estrechez de sus capacidades y de sus esfuerzos personales. Cuando determinados tiranos disfrazados de lagarteranas de aldea niegan el pan y la sal a la escuela privada, reflejan su voluntad de aplicar un cordón sanitario a la pluralidad de ideas. De qué manera se evaluará la potencialidad de un hospital público si no se mide en consonancia con otros sufragados por el Estado y, sobre todo, en relación a los de titularidad pública. Qué decir del éxito de gestión de las televisiones autonómicas -léase Canal Sur, por ejemplo- si se analiza friamente el número de sus empleados, la audiencia diaria de sus programas, la calidad conceptual de sus contenidos o la aportación cultural de sus mensajes. Que sus resultados son tan nefastos en materia de productos como los de telecinco o de antenatres, por supuesto.

 

Tan amplio exordio se constituye en antesala del comentario que subsigue. El Gobierno de Zapatero alardea de sus recortes y dice, ahora, que disminuirá en un dieciséis por ciento el plus de productividad de algunos de sus funcionarios. Un escándalo, oigan. Un escándalo tumultuoso. Veamos. Qué complemento cabe añadir al sueldo de algunos irresponsables de un organismo público (universidad, hospital, ministerio, etc.) cuyo rendimiento se mide en unidades de reclamaciones por minuto y en magnitudes de recursos contenciosos por días. Además de su salario ya elevado para lo que merecen, se les premia con cantidades adicionales. La pregunta es en virtud de qué criterio de eficiencia, de ahorro energético, de calidad de prestaciones o de optimización de recursos se les obsequia con una pasta que, por otra parte, se niega a los trabajadores de a pie y a la mayoría de los mandos intermedios. Si el plus de (inadmisible) productividad depende de los barandas de las instituciones, todos ellos nombrados a dedazo, resulta esclarecedora la deficiencia de sus rendimientos. Vayan a hacer puñetas los chicos y las chicas de la productividad menos competitiva. A los funcionarios de la contestación, la productividad se les niega el plus y se les otorga el minus. Dónde irás, buey, que no ares.

 

El dieciséis por ciento es una bagatela. Un insulto a la inteligencia de los empleados públicos. Cómo le van a pagar más a un inspector de hacienda o de trabajo o de educación, si el primero pesquisa sólo a los más pobres, el segundo defiende los intereses de la empresa y el tercero admite índices de fracaso escolar superiores al cincuenta por ciento. Qué plus ni qué leche se destinan al director médico o al gerente del Hospital “Juan Ramón Jiménez” si no saben cuántos pacientes podrán ser intervenidos quirúrgicamente cada día e ignoran el tiempo de las listas de espera.

 

Productividad, sí. Pero al que se lo merezca. A la mayoría de los ejecutivillos de nuestras administraciones de la vergüenza, ni un euro. Qué digo. Aplíquenles la acción de regreso por su desastre profesional en base a los perjuicios que causan, a los objetivos que incumplen, a los gastos superfluos que no evitan y a la inutilidad de sus presencias. Por improductivos, que cobren menos. En su lugar, colóquese a los que realmente contribuyen a realizar un servicio público bueno, bonito y barato. Se es productivo cuando la mente y la acción se coordinan para alcanzar el bien general. Mientras los resultados no acompañen, el plus de productividad, tachado de las nóminas. Ahí sí que ahorraríamos la tira.

 

Un saludo.

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