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Francisco Velasco. Abogado e historiador

EFECTO ALAYA

 

 En cenáculos de abogados, se está comenzando a acuñar un nuevo término: efecto Ayala. Se refiere a la Juez Ayala. Con mayúsculas. La titular del Juzgado de Instrucción número seis de Sevilla tiene más valor que el Guerra. Y más redaños que todo un ejército de fiscales y magistrados. Realiza la función de instruir una causa y lo hace con la seguridad que otorga el conocimiento de la ley. Instruir es tramitar un procedimiento administrativo o judicial. Esto es, realizar cada uno de los estados y diligencias que hay que recorrer en un negocio jurídico hasta su conclusión. Y la señora juez Alaya lo hace sin aspavientos pero con una fortaleza profesional que da que pensar. Pensar en lo que se hace y en lo que se omite. A partir de ahí, reflexionar por qué unos, muy pocos, sí, y otros, la mayoría, por desgracia, no.

 

Las medidas coactivas que contempla la ley para reducir la negativa de la Administración a remitir a los juzgados los expedientes administrativos, son claras. Claras pero escasas. Escasas y poco eficientes, en tanto se reducen a una multa que, a la postre, no paga el funcionario de turno puesto que, al cabo, éste no hace sino cumplir órdenes. De la superioridad. Hasta tres veces y hasta tres multas. La Ley de la jurisdicción contenciosa ya avanzaba la nula rectitud de ciertos procederes. Hasta tres. A la primera, a la segunda y a la tercera. A la cuarta, se pone los hechos de desobediencia, de burla y mofa, en conocimiento del Ministerio Fiscal. La Juez Alaya, la del efecto de su nombre. Cómo que la Junta del Psoe no va a entregar los expedientes. Cachondeos los justos.

 

La Administración no se descompone, no. Ella, a lo suyo. Es como un búfalo ciego que arrolla a cuanto se le enfrenta. A falta de los jueces, de algunos, los funcionarios, los secretarios judiciales y algunos que otros fiscales se hallan en la órbita de su fuerza bruta. Contra el vicio de pedir, la virtud de no dar, se dicen los directores generales y toda esa patulea de advenedizos que, de la nada de su oficio, si lo tienen, pasan de golpe al todo de un poder omnímodo. El efecto Alaya ha puesto a algunos jerifaltes del cargo público sobrevenido en el lugar que les corresponde. Expediente mutilado, incompleto o nunca entregado. Ya se cansarán. La demanda ha de empezar por la ausencia de documentos.

 

El efecto Alaya es un golpe de mano legal que la jurisdicción ha asestado en pleno rostro a unos administradores públicos corruptos que hacen y deshacen a voluntad. Que les multen, que paga el contribuyente. Faltara más. Y les da igual un juzgado de pueblo que un tribunal superior de justicia, un Supremo que un Constitucional. La facultad de autotutela se convierte en potestad de autocorruptela. Así va el país. Con esta Administración golfa, para qué queremos administrados.

 

Administrar, señores de la Junta psoecialista, es ejercer la autoridad. Y autoridad, conmilitones del partido de Griñán, es legitimidad, prestigio y crédito que se reconoce a una persona o institución por su calidad y competencia. Autoridad de la Junta, ninguna o muy poca. Mando, un montón. Ordeno, tela. El efecto Alaya es un aldabonazo en la conciencia de los jueces, de los abogados y de los fiscales. El efecto Alaya es un respiro de democracia pura. Un alivio para la moral.

 

Un saludo.

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