RECESIVOS, EXCESIVOS
El exceso es aquello que traspasa la medida o que trasciende lo ordinario o lo lícito. Cuando esto ocurre, lo correcto es retirarse o retroceder. De ahí que la recesión, en el marco de las actividades económicas, no sea sino una depresión subsiguiente a la expansión sin regla. El exceso suele llevar a la recesión.
La prensa del día nos saludaba, días atrás, con un bofetón. Huelva se pone en cabeza de las provincias andaluzas con sombríos horizontes eonómicos. Nuestro techo de gasto antecedió a nuestro subsuelo de ingreso. Estamos pagando las consecuencias de tanta romería turística. Si en España nos balanceamos, cual elefantes, en la tela de una araña, en Huelva, el equilibrio, de tan inestable, nos empuja al batacazo. O lo que es lo mismo, en el año del Señor de dos mil once, en vez de crecer un mínimo, vamos para atrás. Ocupamos, pues, el farolillo rojo de la serpiente monocroma del progreso y el furgón de cola de la creación de empleo. Triste record, pardiez.
Mientras el pueblo se debate entre la miseria y la contención, entre la playa y el consumo aparente, la Junta de Andalucía fomenta el discurso de los trileros. Que si la modernización, que si los avances tecnológicos, que si el nivel de investigación. Que si quieres arroz... Los bares podrán mostrar cierta concurrencia de parroquianos, es verdad. Sin embargo, las estancias son largas y las consumiciones, esqueléticas. El sector de la hostelería ve pasar a los paseantes y el lazo de la mirada casi implorante no resuelve el problema de unos ni la necesidad de otros.
Las calles del centro se llenan de mirones que miran escaparates, se acercan a las ofertas de ropa barata, regatean estantes, manosean algunas prendas y, ale hop, refrescados por el aire acondicionado, retornan a la dura realidad del no tengo un euro y del calor sofocante que les recibe a la salida. Hora de cabezas gachas e ilusiones por el euromillón. Qué remedio. Cuando falta la solidez, la fantasía reina. Y menos mal. A conformarse con los fichajes galácticos del Madrid y del Barça, en espera del ansiado momento del comienzo de la Liga. Qué felices hace el fútbol a quienes no pueden comer perdices.
La recesión nos subsume en su clasificación de parias. Parias, entendidos no como naturales de la isla griega de Paros. No. Parias en cuanto personas excluidas de las ventajas que gozan algunos “amigüitos” del Gobierno. Parias, por ser consideradas, sencillamente, inferiores. Inferiores puesto que no participamos del festín salarial con que el alcalde psoecialista de Ayamonte obsequia a sus concejales. Inferiores desde el momento que contemplamos la discriminación como normalidad de esta democracia que se prostituye por momentos. Inferiores porque nadie premia a los ingenieros con la presidencia de la autoridad portuaria, acaso porque es más recompensable otorgársela al comandante general que fuera de Cartaya o a la mujer cuota del Psoe.
La crisis es crudelísima. Bien por lo material que destruye, bien, y sobre todo, por la espiritualidad que aplasta. Los responsables y los culpables, que los hay, con nombres, apellidos, militancia y cargo, se exceden en su impudor y a causa de su desvergüenza, nos apartan de nuestros derechos y libertades. Recesivos y excesivos.
Un saludo.
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