PASIÓN DE DICTADOR
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A las claras. No se reprimen. El pudor no se conoce en la casa política de Mario Jiménez. La democracia es un palio sin virgen ni cristo. Oculta al herodes que asesina los sufragios. Ya ha anunciado quién heredará la corona del partido y ha advertido a la militancia dónde se puede meter sus posiciones.
Caraballo. El pariente es designado por el dedo de hierro del hombre de la sonrisa amenazante. Los congresistas del futuro acudirán al acto de entronización de su delfín. Que preparen los músculos del cuellos y calienten las palmas de las manos para asentir y ovacionar. Con estruendo.
La figura del cardenal oficiando la misa solemne del nuevo rey de Huelva está en mente. Si Rubalcaba o si Felipe. O un papa laico que bendiga y advierta que lo que Mario ha ungido no lo revoque el populacho.
El partido es Mario. Huelva se postra a sus pies. Mujeres y hombres se rendirán a su paso y los disidentes serán debidamente apartados del cortejo feudal. Caraballo ensayará, arrobado el rostro, el discurso de vasallaje. Firme la voz y recio el ademán, alargará la mano y señalará hacia la macsura a la espera de la mirada aprobadora del califa de Moguer.
Que no es un cuento. Tan sólo una parodia del poder señorial en tiempos de la democracia de chiste.
Me tienen encantado los psoecialistas. Sus comportamientos tribales enriquecen mi tesis sobre la sociología del señoritismo andaluz en plena centuria veintiuna de la mano de los jornaleros de la política más infame.
La democracia ha muerto. Viva la democracia. Un susurro a Mario y a su pariente Caraballo: decía Aristóteles que la democracia surgió de la idea de que si los hombres son iguales en cualquier aspecto, lo son en todos. En todos, Mario, emperador, césar, káiser, secretario general.
Un saludo.
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