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Francisco Velasco. Abogado e historiador

FACTURAS SANITARIAS

 

Pasar factura. El Hospital Juan Ramón Jiménez de Huelva va a emitir facturas a los pacientes. Ojo. Las facturas, que hoy por hoy tienen un mero valor informativo, se dirigen a los enfermos, que no a los usuarios. En el mundo hospitalario, el paciente no es un usuario. No puede serlo. No usa ordinariamente el servicio sanitario. De manera extraordinaria, sí. Se trata de las personas que arrastran alguna patología y que, a causa de ella, se ponen bajo atención médica. Son usuarios a palos, como diría el gran Molière. Sufren las consecuencias de la enfermedad que azota sus cuerpos o sus mentes y, en previsión de la aparición de sus “goteras”, realizan unas prestaciones económicas muy elevadas. Pagan antes de comprar. No te sirven el café si no has abonado previamente la consumición.

 

Los barandas sanitarios de la Junta de Andalucía se lucen por jornadas. Recién dados de alta, un regalito. En papel debidamente timbrado y sellado, los directivos del Juan Ramón les obsequian con una facturita. Mire, por la operación de cataratas, tanto por ingresar, cuanto por cirugía, zapatín por atenciones radiológicas y así hasta rellenar un papiro. Al cabo, una palmadita en la espalda y un mensaje de jodienda: vea qué buenos somos y cómo no le pedimos dinero a cambio. Les suministran una cuenta detallada de la operación de comercio, como si el servicio social entrara en el capítulo de las relaciones mercantiles. Se quieren ir ya.

 

Mire, señora Rico, Delegada de Salud de la Junta de los EREs, vaya a tomar el pelo a otro sitio. Usted pasa factura a la ciudadanía porque malentiende que esa empresa -que servidor nunca hubiera encomendado a una persona de sus cualidades- es privada y, en contraprestación a sus servicios profesionales, los contribuyentes deben remunerarlos. No es así. No entra. No cabe. Molesta. Hiere. La gerencia de ese Hospital, de cuyos profesionales sanitarios no albergo duda alguna acerca de sus méritos, tiene tantas cosas que mejorar en el ámbito de atención a los enfermos, que en vez de dedicar todo su esfuerzo en este objetivo, se dedica a fabricar facturitas. Esto es de locos. En ese sentido, por qué no colocan en la mano de la señora que se va a someter a una mamografía el documento que la informa sobre el coste de esa actuación. La mujer estará más concienciada y, en el futuro, procurará que sus familiares reclamen la factura quirúrgica antes de ingresar en quirófano, por si el alto coste les disuade de disfrutar de los efectos relajantes del bisturí. Qué cielo de pacientes. Por no gastar, prefieren arrostrar sus males con la paciencia del santo Job.

 

Oiga, y no se hernian estos cabezones pensantes. Los enfermos acuden al recinto médico con la misma felicidad que gozan de los servicios de un hotel durante las vacaciones. Va el recepcionista, les entrega la cuenta y con el IVA les despide hasta la próxima. Cualquiera sabe que el Servicio de Salud cuesta mucho dinero. Mucho. Pero lo más gravoso es pagar un salario a una caterva de ineptos e incompetentes que, por enchufe, han accedido a gobernar una institución tan sensible sin más mérito que el del nepotismo o el de la militancia partidaria. Es posible que sean grandes médicos pero cuando les sacan de sus competencias básicas, son como patos mareados en una feria. La obligación de Salud, doña María José Rico, es velar por la atención al paciente y por respetar los derechos de los trabajadores que luchan denodadamente por el bienestar de los enfermos. Muchas veces sin los recursos necesarios.


La factura debe pasarse a la señora Delegada de la Consejería de Salud. Deberá abonar a la familia de los ingresados, tanto por esperar horas en urgencia, otra cantidad por la incomodidad del servicio, o por el error del diagnóstico o por la ineficacia de la gestión o por el contagio sobrevenido. Por encima de todo, por sufrir los efectos de un sistema perverso de elección de responsables. Si el Hospital fuera empresa privada de este articulista, usted no tendría la oportunidad de encontrar trabajo en el sector directivo. No consiento que hundan mi patrimonio. Como el techo del Infanta Elena. Facturas políticas.

 

Un saludo.

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