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Francisco Velasco. Abogado e historiador

SIN FRENOS Y CUESTA ABAJO

La segunda república española sigue levantando pasiones. Ocurre con ese régimen lo que con las leyendas. Pudo morir en silencio pero la asesinaron sin contemplaciones. A partir del óbito fratricida, el mito se hizo carne. Y sigue viviendo entre nosotros. Se recuerda lo excelso y se echa paletadas de tierra sobre las desventuras. La historia se repite porque los protagonistas de los acontecimientos celebran con ritos antiguos la ceremonia de la eterna confusión. La segunda república no fue la panacea de la soberanía popular. Ni mucho menos. Desde el exilio de Alfonso XIII hasta la presidencia de Negrín, el desbarajuste político mostraba una caótica realidad social y económica. Los patriotas pueden convertirse en héroes y los poetas en símbolos. Después de la señal, apenas queda sino un recuerdo impreciso.

 

Hace pocas fechas, pude ver y escuchar en La Lupa de Canal Luz, una entrevista a Luis Gutiérrez. Rafa Unquiles, Javier Berrio y ese cronista oral de la Huelva de la segunda mitad del siglo XX, que es Iski Fernández Jurado, estuvieron sembrados. Luis Gutiérrez es una bellísima persona, un muy cualificado notario y un apasionado historiador especializado en los gobiernos de la república que inaugurara Azaña. Conoce casi al dedillo los entresijos políticos de los distintos ejecutivos del quinquenio que precedió al estallido de la guerra civil. De sus palabras, se extrae una admiración indisimulada por Indalecio Prieto. Luis Gutiérrez se deja llevar, a la luz de sus palabras televisivas, por un cierto subjetivismo emocional. Acaso el mismo, mas en sentido contrario, que el que embarga a este articulista cuando se refiere, por ejemplo, a Zapatero.

 

Los socialistas nunca fueron defensores de las libertades y si levantaron la bandera de la democracia, lo hicieron como argucias que condujeran por la vía del atajo a la revolución comunista. El totalitarismo manaba de su sangre jacobina pero de fuente torrencial y no serena como la de Antonio Machado. Las malas artes leninistas y estalinistas eran moneda de uso corriente en aquellos lanzadores de piedras peritos en esconder sus manos. La falsedad y el disimulo fueron acompañantes de la vida pública de Indalecio, al que su “amigo” Largo Caballero no dudó en calificar de intolerante y soberbio. Si no misógino, Prieto renegó del voto femenino al que culpó de la victoria de la derecha en las elecciones de 1933. Pacifista con la boca chica, no condenó el pistolerismo de algunos cercanos ni se arrepintió de su voluntad mitinera de “levantar la tapa de los sesos de un balazo al que se cruce en su camino”. Con el alegato evasivo de la revolución social, alentaba el levantamiento del pueblo cuando las urnas otorgaban el poder a las “fuerzas reaccionarias” de Gil Robles.

 

Algunos le acusaron de ser más fanático que Largo Caballero. Ministro de Hacienda y de Obras Públicas durante el bienio izquierdista, Indalecio Prieto encarnó el rostro intelectual de un socialismo zangolotino que lo mismo coqueteaba con la monarquía alfonsina que regalaba los oidos a la pérfida Albión y se solazaba con los cantos de sirena de Moscú. Era redondo. Con tal de llevarse el gato al agua de sus objetivos, el señor Prieto aceptó incluso la titularidad del Ministerio de Marina y Aire bajo la presidencia de Largo Caballero. Por mucho que afirmara ser socialista a fuer de liberal, cualquier ideología que reniega de la moral amanece oxidada.

 

Toda política visionaria es gestada por gente con problemas sonoros de personalidad. Son capaces de cultivar plantas frentepopulistas y luego quemarlas en el horno de sus caprichos y de sus tendencias sociopáticas. Desde mi punto de vista, Prieto fue el precedente -con indudable mayor capacidad e inteligencia- del actual primer ministro del Gobierno de España. Las aberraciones del primero no evitaron los enfrentamientos que desembocaron en el 36. Las estupideces del segundo atropellan el sentido común y pueden transportarnos a goyescos desastres no pintados precisamente.

 

Asi pues, don Luis, por más que el tema precisa estudios muy profundos, permítame que discrepe de su tesis. Le recuerdo lo que Adolfo Suárez opinaba en los pasillos del Congreso: los problemas de España se exponen en el hemiciclo y se arreglan en los despachos de San Jerónimo. La historia nunca mostrará las trastiendas de los hombres que la manipularon.

 

Un saludo.

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