LA DIPUTA
La Diputación. La llave de su gobernanza en Huelva la tiene Izquierda Unida. Si los dirigentes de esta formación la entregan a los regidores del PSOE, allá ellos. Con su conciencia, con la historia y con el pueblo. Quedarán retratados de por vida. Cualquier atisbo de honradez desaparecerá de su bien ganada imagen política. Reproducir las actuaciones que condujeron a dinamitar las costuras de ese partido en Bollullos, sería un error lamentable.
El mensaje vengativo de Caio Lara respecto al Partido Popular no puede tener cabida en la probada solvencia dialogante de Pedro Jiménez. Ni tampoco puede aceptar el formidable luchador que lidera a los comunistas en nuestra capital, las triquiñuelas consabidas de ese matusalem institucional que es Valderas. En Huelva, Pedro Jiménez, me parece un político formidable. No tiene la imagen de Anguita, pero sostiene su sentido del laboreo machacón y su probidad. Sin embargo, por mucho que sea apreciado extramuros su partido, el horizonte apenas se amplía.
El Pacto de izquierdas es una broma. Cualquier acuerdo con los chavistas, griñaneros, petronilos y/o mariojimenistas está concernido de corrupción. Izquierda Unida es una fuerza ideológica digna de ese escoramiento cuando luce su programa como bandera y expulsa de sus genes los posicionamientos stalinistas del señor Lara. El empecinamiento en posturas arcaicas se erige como imponente muro de contención a la modernidad. No se puede crecer en estas condiciones.
La sociedad necesita un partido político que, como IU, sin renunciar a sus postulados ideológicos, los adapte al mundo del siglo veintiuno y, sobre todo, se presente como un rosetón de vidrieras abiertas por donde la luz de la calle penetre e irradie en el interior. Irradie de fuera adentro. Para esta labor, Pedro Jiménez cuenta con un valor añadido: es un excelente dominador de la pedagogía de la comunicación. Destila decencia.
El líder de la calle Puerto se viste por los pies. Y pretende mantener esta praxis, elemental pero poco transitada. Es preferible reeditar la pinza que adjudicaron a Anguita antes que someterse al imperio de la Mercasevilla de Torrijos y a los expedientes de regulación de desempleo de Viera, Fernández y demás repugnantes administradores del erario público. La Diputa de Huelva bien vale un puñetazo sobre la mesa. Este articulista siempre defendió la continuidad de esta decimonónica institución. Siempre. En todo momento se opuso a su desaparición. Hoy, más que nunca, se reafirma en la idea.
La virtud de la Diputa radica en el propio organismo. La eficacia del mismo descansa en la capacidad democrática de sus dirigentes. Si vuelve a caer en las garras de los que la han venido desvencijando, habrá que atribuir a ellos, pero también a sus cómplices en la rapiña, los efectos malsanos de ese contrato infame.
En cambio, si la llave la guarda el poseedor coyuntural, la gobernabilidad está asegurada con la presencia gerencial del PP. En cuyo caso, Pedro se reserva la entrada en el cielo de la rectitud administrativa. No es santo, pero tiene a su favor el patronímico. Y ya se sabe: a quien Dios se la dé, San Pedro se la bendiga.
Un saludo.
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