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Francisco Velasco. Abogado e historiador

ODIO DE CLASES

 

 El paso del estamento a la clase fue toda una revolución social. Con todas las letras. La predeterminación por la cuna permitió el condicionamiento por la riqueza. La ley se hizo carne de igualdad. Teórica, sí, pero consuela. El consuelo que alivia la pena del pobre y la fatiga que oprime el ánimo del súbdito. El consuelo como medida sin árbitro y tasa con sisa. La duquesa de Alba desdice su nobleza de origen en la vulgaridad de su vida y del derroche de su vida hace denominación de cuna. Se desenvuelve entre las clases y del estamento trae causa. No odia a las clases pero no abdica de su grupo. Ni mucho menos. Todo lo contrario.

 

Cosa distinta es la clase. La clase como distinción y la clase como categoría. No se trata del orden de personas de la misma calidad ducal o nobiliaria. Ya clase de tropa, ya clase de etiqueta. Servidumbre milicial y palatina. La clase de Cayetana no se inscribe en el catálogo de los “goyas” como la marquesa de Pontejos. La aristocracia alberga títulos como la política imputados. Odia las clases desde su inserción piramidal en ella. La huida hacia delante se viste en el camerino del sálvame. Lo “snob”cabalga en la jaca animada de la noria. Telecinco aborrece la carne trémula y en ella solaza la imagen vacía de sus mujeres de escaparate. En el fondo, la fusión con Cuatro es el tragaldabas del dinero prostituido por la ideología envilecida por ese dinero.

 

Cayetana reivindica su privilegio en el universo de la apariencia de clase. Telecinco se amanceba, cual berlusconi de feria, con el fulanismo engeliano de Cuatro. La mula no está preparada biológicamente para parir. Sus congéneres son el fruto de efímeros encuentros sexuales, con ayuda de mamporreros, entre équidos y jumentos. El mulo nunca será semental árabe ni burra castellana. El desprecio será compañero de viaje de estos animales mientras vivan.

 

En política, el odio se vivifica de la incitación. Se azuza a unos contra otros como se arrea a los perros y los toros se embisten. La clase política no es una. Ni siquiera es grupo. Cuando se actúa como banda, la formación se agota en la idea de rufianes venidos a más y caídos a menos. La lucha de clases no tiene sujetos. Tiene intereses. El burgués lo es en tanto de su función se subsigue beneficio sin escrúpulo. Lo es el esclavo cuando admite su rol y el conformismo le explota como cruel empresario. El señor feudal arrastra y arrostra el peso de sus riesgos. La prole pudo ser razón de lo que hoy es símbolo. La causa se halla tanto en el protagonismo de los osados como en el antagonismo de las ideas.

 

Las clases se odian con la misma fuerza con que los estados del Antiguo Régimen defendían sus ventajas. Belén se inserta, hoy, en la clase de Cayetana. Ambas extraen del pueblo las entrañas más suculentas. Las dos se acuestan en el colchón de agua de la mala educación y de la lengua más soez. Una y otra son majas goyescas. El artista que las retrata no nació en Fuendetodos. Su mecenas no se vale del pincel. Ni siquiera de la cámara. Se nutre de los vertederos. La estampida del odio se cuece entre las cazuelas de la basura. No prevalecen las clases. No señor. Manda lo que vende. Vende lo que manda. La cabra no se socializará nunca. Sin embargo, sólo pasta en propiedades privadas. Jamás dejará de ser un animal gregario. Igual que nunca será cordero.

 

Un saludo.

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