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Francisco Velasco. Abogado e historiador

ESTADO DE NECESIDAD

 

 Pagar a la cuadrilla de Zapatero va a costar a los españoles lo que no está en los escritos. Las mesnadas del presidente zangolotino no son mercenarios al uso. Cuestan un pastón. Desafinan como una charanga y cobran mil veces más que Herbert von Karajan. España es un país de sorpresas, comenta entusiasmado consigo mismo y con sus "malditaslasgraciasquemehace". Lo de la sorpresa ya lo acuñó Azaña y fíjense cómo acabó el país. El presidente de la segunda República que se cargó a Seisdedos y a los suyos, era un intelectual. El expresidente del Desgobierno, arrinconado por sus propios, nunca pasó de cretino. Cretino en cuanto ayuno de talento. Cretino en tanto confunde intelecto con talante. Cretino como actor de una comedia bufa a la altura de una novela del oeste de Marcial Lafuente Estefanía.

 

Un hombre, un voto. Una presidencia, el caos. Un partido, camada. Una nación, rota. Una economía, maltrecha. Una secta, muy cara. Como las lapas. Zapatero se regocija en su insistencia y en su inoportunidad. Es la única forma de vender su escaso valor. A base de dar el coñazo y de mirarse al espejo. Especie de molusco gasterópodo que vive asido a las paredes de Moncloa. El presidente soy yo, grita histérico entre los salones de palacio. Yo. Ese hombre. Comprometido con su papelón. Renegado de su fe. Apóstata de cualquier ideología. Siervo de su poder. Esclavo de su miseria moral. Ese hombre ha traído la pobreza a todo un país.

 

La crisis global se alimenta de la burbuja inmobiliaria, de la especulación y del triste sistema financiero. La decadencia española se cimbrea en la soga del desempleo y en la perversa política industrial. El deterioro de la nación trae causa de la calculada ambigüedad de la banda gobernante en comunión con la pertinaz extorsión de catalaneros y vasquistas. La fractura del Estado, del hacha de sus inicuos ministros es resultado. La gravedad del enfermo roza valores de la discordia frentepopulista. El médico nunca estudió en la facultad. A la universidad sólo asistió de paso. Lo mismo es el perineo que la aorta. Encima, y además, se ríe. De Dios y de la Virgen. De los fieles y de los infieles. De la ley y de la moral. De la disciplina y del sistema. Del método y del sendero. De la pedagogía y de la psicología.

 

El índice de precios al consumo se eleva. El parámetro de ingresos desciende. El poder adquisitivo se esfuma. Los bancos se convierten en gigantescas inmobiliarias. No vende los pisos que ha construido y se queda con los hipotecados. Zapatero se estira satisfecho. Satis como bastante y fecho como contrario de positivo. Bastante mal hecho. Cree el embustero político que del hoyo se sale con el anuncio de la jubilación atrasada o con la burrada de impuestos con que nos aplasta o con el recorte de sueldos o la congelación de pensiones. Emerger del socavón exige algo más que un milagro. Es preciso que el jefe de la hueste se largue y con él su infame tropa. Si no, cada mes, el déficit acrece, la deuda de rojo sangre se colorea y el panorama, guerracivilista se vuelve. No se puede resistir tanto tiempo tamaño lastre.

 

En el límite de las desdichas, a la ineptitud para dirigir se agrega la aptitud para robar. La corrupción del tejido social se incrusta en todas las capas. El latrocinio institucional se proyecta en el apoderamiento de lo ajeno mediando violencia, fuerza bruta y ánimo brutal. El ex director general de los EREs de la Junta se defiende asegurando que los intrusos privilegiados no eran sino unos pobrecitos que no tenían donde caerse muerto. Que se les ayudaba en virtud de su estado de necesidad. Lo mismito que los chorizos que son pillados in fraganti mangoneando en el interior de las viviendas. Estado de necesidad, alegan. No tenemos qué comer. Miedo insuperable al hambre.

 

El hambre de Zapatero no es de necesidad vital. De vital desvergüenza. La suya. Necesario que cambie de estado. De la pista del circo a la pista de vuelo. Muy lejos. A ninguna parte. Conocida. Estado de necesidad para los españoles.

 

Un saludo.

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