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Francisco Velasco. Abogado e historiador

PIZARRO

 

 Podíamos hablar de Francisco, el extremeño que conquistó Perú. Sin embargo, los tiempos nos invitan a hablar de Luis, el gaditano que destrozó, con la ayuda y en compañía de otros, la credibilidad de Andalucía. El primero dio gloria a España. El segundo, un ultraje a la justicia de los andaluces.

 

Luis Pizarro era, hasta hace un rato, consejero de Gobernación y Justicia. De gobierno títere. De justicia chusca. La negativa a entregar las actas del Consejo de Gobierno a la juez Alaya confirma una tesis largamente defendida. El Psoe cree que la justicia emana del partido y en él desemboca. La entrega, tardía y mutilada, de expedientes administrativos a los juzgados así lo corrobora. Como los jueces no son elegidos democráticamente, que se esperen. Luis Pizarro venía siendo el último irresponsable de este desaguisado institucional. Hombre control. Control de hombres.

 

Después de media vida al frente del Psoe andaluz, le confiaron la cartera de Justicia. Imagínense. De justicia. Tecnócratas al abismo. Plutócratas, al poder. Plutócratas comisarios políticos. Pajín, a Sanidad. Otra que tal. La cuestión es no doblar el lomo. Mucha reunión, móviles ardientes, presiones extenuantes, listas movedizas, disciplina total. Pizarro, Luis, nunca descubrió el Perú, pero a poco que nos descuidemos, se lleva las minas. Soy mineroooo. MinEREro. Fantástico consejero que perdemos. No se ha extraviado. No lo busquen. Se aposenta junto al señor de Matsa. Se enroca en el clan de Los Gazules. De los gandules, no. Que acaso. De Alcalá de los Gazules.

 

El árbol del ahorcado tiene cientos de ramas desnudas a la espera de frutos suicidas. Zapatero ha dado el pistoletazo de salida. La confusión de Pizarro le lleva a la dimisión. La posición de Griñán diseña su muerte política. El castillo de Kafka no se desmorona. Simplemente se desvanece entre la niebla. Drácula aguarda la noche para vivificarse con la sangre del pueblo. El proceso sigue su curso. Nunca sabremos el alcance de la marcha de Luis Pizarro. Sin embargo, una cosa es segura. El que venga, no lo hará mejor. Peor, tampoco. Es imposible. Igual. El modelo arquitectónico no lo diseñan los alarifes. Cosa de maestros. Y de mecenas. De gente con dinero. De gentuza con poder. De burgueses proletarizados y de proletarios aburguesados.

 

Los pilares de la tierra no se visten de la literatura de Follet. Se ponen el manto de la politiquilla de Chaves. El vicepresidente florero mantiene un pulso constante con el presidente a palos. Griñán era querido en tanto dócil se mostraba. Desde el momento que se atreve a discrepar del puesto de mando, alanceado terminará. Por Pizarro y compañía. Acabará adornando las ramas del alcornoque más destacado. En su tronco aparecerá, grabada a navaja, la siguiente inscripción: aquí pende un psoecialista traidor. Aquí lo enganchó Pizarro. En solitario, no. En colaboración con otros. Griñán y Borrel murieron víctimas de su propia estupidez. Querer imponerse a la cúpula celeste es un error. No quisieron regenerar la política. Pretendieron desnudar al emperador. “Quequivocaos”.

 

Un saludo.

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